lunes, 6 de mayo de 2013

Cristo descendió a los infiernos


Cristo descendió a los infiernos

Pregunta:
Cada vez que recitamos el Credo de los Apóstoles, proclamamos nuestra creencia de que Cristo descendió a los “infiernos” después de su muerte. ¿Pero no es el infierno un lugar de tormento eterno para los condenados? ¿Cristo descendió verdaderamente a este infierno de condenación eterna o hay algún otro sentido en que la Iglesia entiende la palabra “infierno”?

Respuesta:
La palabra “infierno” describe dos lugares diferentes en la Biblia. El primero, al que se refiere el Credo de los Apóstoles, es el Hades (Ap 20,14) o “morada de los muertos”, el lugar en el que Cristo habló a los espíritus encarcelados después de su muerte (1 P 3,18-19:4,6; CEC 632-35). Este primer infierno es también conocido como el “limbo de los padres”. El más comúnmente conocido “infierno de la condenación (CEC 633) o Gehenna (Mt 10,28) es el lugar al que van aquellos que murieron en pecado mortal, separados eternamente por autoexclusión de Dios y de los bienaventurados. (CEC 1033-37). El Hades fue vaciado después del descenso de Cristo, los justos fueron al cielo y los malvados al infierno eterno.

Discusión

Antes de la muerte y resurrección de Cristo, las puertas del cielo estaban cerradas a todos los que habían muerto debido a que la redención no había llegado todavía al mundo para expiar el pecado original de Adán. Todos los muertos iban a los “infiernos” o “morada de los muertos”, Sheol en hebreo o Hades en griego. Todas las almas, ya fueran justas o injustas, iban a este infierno y estaban “privados de la visión de Dios” (CEC 633). No todos compartían la misma suerte en el Hades, como enseña la parábola de Cristo sobre el pobre Lázaro (Lc 16,22-26; CEC 633). Cuando Cristo murió, descendió al Hades para predicar a los muertos (1 P 4,6), liberando a los justos que le habían precedido (CEC 633). No fue ahí para liberar a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación. Cristo envió a los condenados a la perdición eterna.

Así que, el descenso a los infiernos referido en el Credo afirma dos verdades doctrinales: Cristo realmente murió, (entró en la morada de los muertos) y cumplió su misión salvadora para todos los tiempos y todas las personas, rescatando incluso a aquellos que habían muerto antes de su nacimiento. El autor de la carta a los Hebreos aclara que ser un sumo sacerdote fiel era necesario que Cristo se asemejara en todo a sus hermanos, excepto en el pecado (cf. Hb 2,17; 4,15; 1P 2,22). Así, la experiencia de Cristo de la muerte y descenso a la morada de los muertos era necesaria para la salvación de todos los justos.

Por medio de la resurrección de Cristo de entre los muertos y la ascensión al cielo, él abrió las puertas del cielo que habían estado cerradas desde el destierro del Edén (cf. Gn 3,23-24). Habiendo conquistado a la muerte y al pecado, Cristo tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Ap 1,18), el poder de liberar a los hombres de la paga del pecado, aquí en la tierra y en el purgatorio.





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