Pregunta:
¿Es
el Apóstol Juan el discípulo amado y autor del cuarto Evangelio?
Respuesta:
Sí.
La Iglesia, a la cual se le ha encomendado exclusivamente la tarea de
interpretar la Palabra de Dios escrita y hablada, ha mantenido
consistentemente su enseñanza en estos temas. [1]
Discusión:
Algunos
eruditos de la Biblia dicen que Juan el Apóstol no es ni el
discípulo amado ni el autor del cuarto Evangelio. También
cuestionan incluso si podemos aceptar los Evangelios como narraciones
históricamente genuinas, particularmente el Evangelio de Juan. Por
ejemplo, algunos cuestionan si el autor del Evangelio estaba
realmente en la cruz durante la crucifixión (Jn 19,35; 21,21-24), o
si esto fue un embellecimiento literario tardío por el escritor del
Evangelio o la comunidad cristiana.
El
cuarto Evangelio: ¿Estamos tratando siquiera con historia?
En la encíclica Spiritus
Paraclitus, un documento sobre los estudios bíblicos que
conmemora el 1500 aniversario de la muerte de San Jerónimo, el Papa
Benedicto XV se dirigió a aquellos que niegan la historicidad de los
Evangelios:
“Lo que Nuestro Señor
Jesucristo dijo e hizo piensan que no ha llegado hasta nosotros
íntegro y sin cambios, como escrito religiosamente para testigos de
vista y oído, sino que—especialmente por lo que al cuarto
Evangelio se refiere—en parte proviene de los evangelistas, que
inventaron y añadieron muchas cosas por su cuenta, y en parte son
referencias de los fieles de la generación posterior; y que, por lo
tanto, se contienen en un mismo cauce aguas procedentes de dos
fuentes distintas que por ningún indicio cierto se pueden distinguir
entre sí.”[2]
En
respuesta a estas críticas, el Papa Benedicto notó que tanto San
Agustín como San Jerónimo afirmaban la fiabilidad histórica de los
Evangelios.«A nadie le quepa duda de que han sucedido realmente las
cosas que han sido escritas», escribió San Jerónimo [3]. Por su
parte, el Papa cita Jn 19,35: “el que vio da testimonio, y su
testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que
también vosotros creáis” [4]. El autor del Evangelio escribe esto
inmediatamente después de su narración de la crucifixión de
Cristo, una narración que hace notar que el discípulo a quien amaba
estaba al pie de la cruz con María la Madre de Jesús (Jn 19,26).
El Evangelio de Juan en
otro lugar provee detalles que indican una narración histórica de
un testigo presencial, incluyendo que las tinajas fueron llenadas
hasta arriba en las bodas de Caná (Jn 2,7); que los panes usados en la
multiplicación cerca del Mar de Galilea estaban hechos de cebada (Jn
6,9); y que la fragancia del perfume que María usó para ungir los
pies de Jesús lleno la casa con su olor (Jn 12,3).
En
busca del discípulo amado
El
autor de Juan provee detalles clave en el capítulo 21 para ayudarnos
a reducir el número de candidatos para el discípulo amado. El autor
escribe que él es el discípulo amado (Jn 21,20-24). En este pasaje
también hace notar que Pedro no es el discípulo amado, y que el
discípulo amado “durante la cena se había recostado en su pecho y
le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a
entregar?”. (Jn 21,20; cf. 13, 23-25). Por esta narración, sabemos
que el discípulo amado estaba en la Última Cena.
De los Evangelios de
Marcos (14,17-26) y Mateo (26, 20-30), sabemos que sólo los 12
Apóstoles estaban con Jesús en la Última Cena. Incluso Lucas 22,14
dice que sólo “ los apóstoles” se reunieron con Jesús para la
Última Cena, y no otros discípulos.
Con las posibilidades
reducidas a los apóstoles, podemos eliminar inmediatamente no sólo
a Pedro sino también a Judas. Podríamos también concluir
razonablemente que el discípulo amado tendría una relación
cualitativamente diferente con Jesús que muchos de los otros
discípulos, por ejemplo, podríamos esperar una colaboración más
cercana entre él y el Señor. Bajo este punto de vista, descubrimos
que tres apóstoles (Pedro, Juan y su hermano Santiago) pasaban más
tiempo con Cristo que los otros. Jesús escoge a este trío para
acompañarlo a la sanación de la hija de Jairo (Mc 5,22-24; 35-43); al monte de la Transfiguración (Mc 9,2-10); y al Huerto de
Getsemaní la noche del Jueves Santo (Mc 14,32-33). Además, en Jn
1,14, el autor del Evangelio hace notar que “hemos contemplado su
gloria”, una referencia tal vez no sólo de haberlo visto
resucitado, sino también de haber presenciado su gloriosa
Transfiguración, algo que solamente Pedro, Santiago y Juan vieron.
¿Santiago
o Juan?
Dado que Pedro es
distinguido del discípulo amado, reducimos las posibilidades a los
“hijos del trueno” (Mc 3,17), Santiago y Juan. Los eruditos de la
Biblia sitúan el escrito de Juan en algún momento entre finales de
la década de los 60 y la primera década el siglo II. Cualquier año
en ese periodo de tiempo excluiría necesariamente a Santiago, a
quien Herodes Agripa mandó matar (Hch 12,2) durante su reino a
principios de la década de los 40.
Esto
nos deja con Juan el Apóstol como la única opción plausible para
ser el discípulo amado. La Biblia no indica a nadie más y la
Iglesia primitiva solamente propone a Juan como el autor del
Evangelio y, por lo tanto, el discípulo amado. Por ejemplo, en
Contra los
herejes, San
Ireneo de Lyon escribe acerca de los autores de los Evangelios,
notando que después de que Lucas escribió su Evangelio, “Juan,
el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho,
redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso.”
[5]
Finalmente, en Mayo de
1907, la Pontificia Comisión Bíblica hizo una declaración sobre el
asunto, afirmando que “prescindiendo del argumento teológico, por
tan sólido argumento histórico se demuestra que debe reconocerse
por autor del cuarto Evangelio a Juan Apóstol y no a otro, de suerte
que, las razones de los críticos aducidas en contra, no debilitan en
modo alguno esta tradición.”[6] Es importante notar que la
Pontificia Comisión Bíblica tenía estatus Magisterial [7] en la
época de la respuesta de 1907. Al afirmar que el discípulo amado es
autor del cuarto Evangelio, el Papa Benedicto implícitamente apoya
la afirmación de la Comisión Bíblica de que Juan es el autor del
cuarto Evangelio y, por lo tanto, el discípulo amado.
Algunos eruditos de la
Biblia siguen diciendo que el discípulo amado no puede ser Juan
debido a la profecía de Za 13,7: “¡Hiere al pastor, que se
dispersen las ovejas...”. Después de la Última Cena, Jesús dijo
a sus discípulos que esta profecía sería cumplida la misma noche
del Jueves Santo: “Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta
noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las
ovejas del rebaño. Más después de mi resurrección, iré delante
de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32)
Algunos eruditos
argumentan que, si los apóstoles cayeron o abandonaron a Jesús para
cumplir Za 13,7(Mt 26,56), ninguno de ellos podría haber estado ahí
para quedarse al pie de la cruz de nuestro Señor. Sin embargo, que
los discípulos se dispersaran no excluye que algunos de ellos
hubieran regresado más tarde. Tiempo después, se describe a Pedro
siguiendo a Cristo “de lejos” (Mc 14,54). Además, Jn 18,15
identifica otro discípulo cerca de Cristo después de la dispersión,
uno “conocido del Sumo Sacerdote”, que “entró con Jesús en el
atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la
puerta”. Este otro discípulo era probablemente el Apóstol Juan.
En su Historia Eclesiástica, el eminente historiador temprano
de la Iglesia notó que Juan venía de una familia sacerdotal.
Además, el autor del cuarto Evangelio demuestra un extenso
conocimiento de la liturgia judía y de Jerusalén, la ciudad en la
que la liturgia judía tomaba lugar [8]. Finalmente, el discípulo
amado no sólo estaba al pie de la cruz sino que tenía que ser uno
de los 12 apóstoles.
Conclusión
Cuando
la misma Biblia o sus libros particulares y pasajes son puestos en
duda, volteamos a ver a la Iglesia Católica que Jesucristo fundó.
Él encomendó a la Iglesia la tarea de enseñar todo lo que Cristo
había mandado. Estableció la Iglesia como pilar y fundamento de la
verdad. Es a la autoridad de enseñanza de la Iglesia Católica, al
Papa y los obispos en comunión con él, a quienes solamente se les
ha dado la autoridad de interpretar auténticamente la Palabra de
Dios, ya sea de forma escrita en la Biblia o traída por medio de la
Tradición. Al someternos a la Iglesia, demostramos fe en Cristo, que
prometió estar con su Iglesia hasta el final de los tiempos.
La Iglesia claramente
enseña que los evangelios son históricamente verdaderos y que el
discípulo amado estaba al pie de la cruz en la crucifixión. No
deberíamos sorprendernos de que tal discípulo amado estuviera con
Cristo en sus momentos de mayor tribulación. Tal es la naturaleza
del amor verdadero.
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[1] CEC, no. 85.
[2] Benedicto XV,
Spiritus Paraclitus, no. 28.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] San Ireneo, Contra
los herejes, Libro III, 1, 1
[6] Denziger. Respuestas
de la Comisión Bíblica, de 29 de mayo de 1907
[7] Estatus Magisterial
indica que el Papa ha designado oficialmente a la Pontificia Comisión
Bíblica para ayudar a proclamar oficialmente las enseñanzas de la
Iglesia. En 1971, sin embargo, el Papa Pablo VI puso a la Comisión
bajo la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe
(CDF). La CDF mantiene este estatus Magisterial.
[8] Eusebio, Historia
Eclesiástica, Libro III, 31, 3.