sábado, 18 de mayo de 2013

Juan, el discípulo amado y autor del cuarto Evangelio


Pregunta:
¿Es el Apóstol Juan el discípulo amado y autor del cuarto Evangelio?

Respuesta:

. La Iglesia, a la cual se le ha encomendado exclusivamente la tarea de interpretar la Palabra de Dios escrita y hablada, ha mantenido consistentemente su enseñanza en estos temas. [1]

Discusión:

Algunos eruditos de la Biblia dicen que Juan el Apóstol no es ni el discípulo amado ni el autor del cuarto Evangelio. También cuestionan incluso si podemos aceptar los Evangelios como narraciones históricamente genuinas, particularmente el Evangelio de Juan. Por ejemplo, algunos cuestionan si el autor del Evangelio estaba realmente en la cruz durante la crucifixión (Jn 19,35; 21,21-24), o si esto fue un embellecimiento literario tardío por el escritor del Evangelio o la comunidad cristiana.

El cuarto Evangelio: ¿Estamos tratando siquiera con historia?

En la encíclica Spiritus Paraclitus, un documento sobre los estudios bíblicos que conmemora el 1500 aniversario de la muerte de San Jerónimo, el Papa Benedicto XV se dirigió a aquellos que niegan la historicidad de los Evangelios:

Lo que Nuestro Señor Jesucristo dijo e hizo piensan que no ha llegado hasta nosotros íntegro y sin cambios, como escrito religiosamente para testigos de vista y oído, sino que—especialmente por lo que al cuarto Evangelio se refiere—en parte proviene de los evangelistas, que inventaron y añadieron muchas cosas por su cuenta, y en parte son referencias de los fieles de la generación posterior; y que, por lo tanto, se contienen en un mismo cauce aguas procedentes de dos fuentes distintas que por ningún indicio cierto se pueden distinguir entre sí.”[2]
En respuesta a estas críticas, el Papa Benedicto notó que tanto San Agustín como San Jerónimo afirmaban la fiabilidad histórica de los Evangelios.«A nadie le quepa duda de que han sucedido realmente las cosas que han sido escritas», escribió San Jerónimo [3]. Por su parte, el Papa cita Jn 19,35: “el que vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” [4]. El autor del Evangelio escribe esto inmediatamente después de su narración de la crucifixión de Cristo, una narración que hace notar que el discípulo a quien amaba estaba al pie de la cruz con María la Madre de Jesús (Jn 19,26).
El Evangelio de Juan en otro lugar provee detalles que indican una narración histórica de un testigo presencial, incluyendo que las tinajas fueron llenadas hasta arriba en las bodas de Caná (Jn 2,7); que los panes usados en la multiplicación cerca del Mar de Galilea estaban hechos de cebada (Jn 6,9); y que la fragancia del perfume que María usó para ungir los pies de Jesús lleno la casa con su olor (Jn 12,3).
En busca del discípulo amado

El autor de Juan provee detalles clave en el capítulo 21 para ayudarnos a reducir el número de candidatos para el discípulo amado. El autor escribe que él es el discípulo amado (Jn 21,20-24). En este pasaje también hace notar que Pedro no es el discípulo amado, y que el discípulo amado “durante la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”. (Jn 21,20; cf. 13, 23-25). Por esta narración, sabemos que el discípulo amado estaba en la Última Cena.

De los Evangelios de Marcos (14,17-26) y Mateo (26, 20-30), sabemos que sólo los 12 Apóstoles estaban con Jesús en la Última Cena. Incluso Lucas 22,14 dice que sólo “ los apóstoles” se reunieron con Jesús para la Última Cena, y no otros discípulos.

Con las posibilidades reducidas a los apóstoles, podemos eliminar inmediatamente no sólo a Pedro sino también a Judas. Podríamos también concluir razonablemente que el discípulo amado tendría una relación cualitativamente diferente con Jesús que muchos de los otros discípulos, por ejemplo, podríamos esperar una colaboración más cercana entre él y el Señor. Bajo este punto de vista, descubrimos que tres apóstoles (Pedro, Juan y su hermano Santiago) pasaban más tiempo con Cristo que los otros. Jesús escoge a este trío para acompañarlo a la sanación de la hija de Jairo (Mc 5,22-24; 35-43); al monte de la Transfiguración (Mc 9,2-10); y al Huerto de Getsemaní la noche del Jueves Santo (Mc 14,32-33). Además, en Jn 1,14, el autor del Evangelio hace notar que “hemos contemplado su gloria”, una referencia tal vez no sólo de haberlo visto resucitado, sino también de haber presenciado su gloriosa Transfiguración, algo que solamente Pedro, Santiago y Juan vieron.

¿Santiago o Juan?

Dado que Pedro es distinguido del discípulo amado, reducimos las posibilidades a los “hijos del trueno” (Mc 3,17), Santiago y Juan. Los eruditos de la Biblia sitúan el escrito de Juan en algún momento entre finales de la década de los 60 y la primera década el siglo II. Cualquier año en ese periodo de tiempo excluiría necesariamente a Santiago, a quien Herodes Agripa mandó matar (Hch 12,2) durante su reino a principios de la década de los 40.

Esto nos deja con Juan el Apóstol como la única opción plausible para ser el discípulo amado. La Biblia no indica a nadie más y la Iglesia primitiva solamente propone a Juan como el autor del Evangelio y, por lo tanto, el discípulo amado. Por ejemplo, en Contra los herejes, San Ireneo de Lyon escribe acerca de los autores de los Evangelios, notando que después de que Lucas escribió su Evangelio, “Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso.” [5]

Finalmente, en Mayo de 1907, la Pontificia Comisión Bíblica hizo una declaración sobre el asunto, afirmando que “prescindiendo del argumento teológico, por tan sólido argumento histórico se demuestra que debe reconocerse por autor del cuarto Evangelio a Juan Apóstol y no a otro, de suerte que, las razones de los críticos aducidas en contra, no debilitan en modo alguno esta tradición.”[6] Es importante notar que la Pontificia Comisión Bíblica tenía estatus Magisterial [7] en la época de la respuesta de 1907. Al afirmar que el discípulo amado es autor del cuarto Evangelio, el Papa Benedicto implícitamente apoya la afirmación de la Comisión Bíblica de que Juan es el autor del cuarto Evangelio y, por lo tanto, el discípulo amado.

Algunos eruditos de la Biblia siguen diciendo que el discípulo amado no puede ser Juan debido a la profecía de Za 13,7: “¡Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas...”. Después de la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos que esta profecía sería cumplida la misma noche del Jueves Santo: “Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Más después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32)

Algunos eruditos argumentan que, si los apóstoles cayeron o abandonaron a Jesús para cumplir Za 13,7(Mt 26,56), ninguno de ellos podría haber estado ahí para quedarse al pie de la cruz de nuestro Señor. Sin embargo, que los discípulos se dispersaran no excluye que algunos de ellos hubieran regresado más tarde. Tiempo después, se describe a Pedro siguiendo a Cristo “de lejos” (Mc 14,54). Además, Jn 18,15 identifica otro discípulo cerca de Cristo después de la dispersión, uno “conocido del Sumo Sacerdote”, que “entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta”. Este otro discípulo era probablemente el Apóstol Juan. En su Historia Eclesiástica, el eminente historiador temprano de la Iglesia notó que Juan venía de una familia sacerdotal. Además, el autor del cuarto Evangelio demuestra un extenso conocimiento de la liturgia judía y de Jerusalén, la ciudad en la que la liturgia judía tomaba lugar [8]. Finalmente, el discípulo amado no sólo estaba al pie de la cruz sino que tenía que ser uno de los 12 apóstoles.

Conclusión

Cuando la misma Biblia o sus libros particulares y pasajes son puestos en duda, volteamos a ver a la Iglesia Católica que Jesucristo fundó. Él encomendó a la Iglesia la tarea de enseñar todo lo que Cristo había mandado. Estableció la Iglesia como pilar y fundamento de la verdad. Es a la autoridad de enseñanza de la Iglesia Católica, al Papa y los obispos en comunión con él, a quienes solamente se les ha dado la autoridad de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, ya sea de forma escrita en la Biblia o traída por medio de la Tradición. Al someternos a la Iglesia, demostramos fe en Cristo, que prometió estar con su Iglesia hasta el final de los tiempos.

La Iglesia claramente enseña que los evangelios son históricamente verdaderos y que el discípulo amado estaba al pie de la cruz en la crucifixión. No deberíamos sorprendernos de que tal discípulo amado estuviera con Cristo en sus momentos de mayor tribulación. Tal es la naturaleza del amor verdadero.

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[1] CEC, no. 85.
[2] Benedicto XV, Spiritus Paraclitus, no. 28.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] San Ireneo, Contra los herejes, Libro III, 1, 1
[6] Denziger. Respuestas de la Comisión Bíblica, de 29 de mayo de 1907
[7] Estatus Magisterial indica que el Papa ha designado oficialmente a la Pontificia Comisión Bíblica para ayudar a proclamar oficialmente las enseñanzas de la Iglesia. En 1971, sin embargo, el Papa Pablo VI puso a la Comisión bajo la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). La CDF mantiene este estatus Magisterial.
[8] Eusebio, Historia Eclesiástica, Libro III, 31, 3.

sábado, 11 de mayo de 2013

¿Porqué los católicos tienen 7 libros más en la Biblia?


Pregunta:

Las Biblias católicas tienen 7 libros más en el Antiguo Testamento (46) que las Biblias protestantes (39). Los católicos se refieren a estos siete libros como “deuterocanónicos” [1] (segundo canon), mientras que los protestantes se refieren a ellos como “apócrifos”, un término usado de manera peyorativa para describir libros no canónicos. Los protestantes también tienen versiones más cortas de Daniel y Ester. ¿Porqué hay diferencias?

Respuesta:

Las Biblias católicas contienen todos los libros que han sido tradicionalmente aceptados por los cristianos desde los tiempos de Jesús. Las Biblias protestantes contienen esos libros a excepción de los rechazados por los reformadores protestantes en el siglo XVI. La razón principal por la que los protestantes rechazaron estos libros fue porque no sustentaban las doctrinas protestantes, por ejemplo, el segundo libro de los Macabeos apoya las oraciones por los difuntos [2]. El término “canon” significa regla o precepto, y en este contexto se refiere a “cuales libros pertenecen a la Biblia, y cuales no”

El Antiguo Testamento católico sigue el canon alejandrino de la Septuaginta [3], el Antiguo Testamento que fue traducido al griego alrededor del año 250 A.C. Los reformadores protestantes siguen el canon palestino [4] de la Escritura (39 libros), que no fue reconocido oficialmente por los judíos hasta alrededor del año 100 de nuestra era.

Discusión:

Antes del tiempo de Jesús, los judíos no tenían definido un canon universal de la Escritura. Algunos grupos de judíos usaban solamente los 5 primeros libros del Antiguo Testamento (el Pentateuco); algunos usaban sólo el canon palestino (39 libros); algunos usaban el canon alejandrino (46 libros), y algunos, como la comunidad del Mar Muerto, usaban estos y más. Los canones palestino y alejandrino eran más normativos que otros, teniendo amplia aceptación entre los judíos ortodoxos, pero para los judíos no había un canon definido universalmente para excluir o incluir los “deuterocanónicos” hasta el año 100 D.C.

Los Apóstoles enviados por Jesús [5], sin embargo, usaban la Septuaginta (el Antiguo Testamento en griego que contenía el canon alejandrino) la mayoría del tiempo y debieron haber aceptado el canon alejandrino. Por ejemplo, 86% de las citas del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento vienen directamente de la Septuaginta, por no mencionar las numerosas referencias lingüísticas. Hch 7 provee una pieza de evidencia interesante que justifica el uso apostólico de la Septuaginta. En Hch 7,14 San Esteban dice que Jacob vino a José con 75 personas. La versión masorética hebrea de Gn 46,27 dice “70”, mientras que la Septuaginta dice “75”, el número que usó Esteban. Siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, Esteban claramente usó la Septuaginta. (También sabemos de otros documentos cristianos antiguos, como la Didajé [6] y la carta del Papa San Clemente a los Corintios, que los sucesores de los Apóstoles no solamente usaban la Septuaginta, sino que citaban de todos los libros en el canon Alejandrino como la Palabra de Dios).

No hay una “tabla de contenidos” divinamente inspirada para Biblia, por lo tanto, los cristianos necesitan una autoridad, como la Iglesia infalible establecida por Cristo, para discernir cuales libros son los divinamente inspirados (de hecho, incluso aunque hubiera tal “tabla de contenidos”, necesitaríamos una autoridad que nos dijera si la lista es inspirada). Incluso muchos protestantes evangélicos eruditos de la Biblia admiten esto:

Mientras que sabemos que en tiempos de Jesús había diferentes canones del Antiguo Testamento porque el proceso canónico no estaba todavía completo, la verdad gloriosa es que Dios ha invitado a los humanos a ser socios en reunir las Escrituras. Pienso que las implicaciones son que no puedes tener Escritura sin la comunidad de fe (en otras palabras, la Iglesia). No es simplemente una revelación privada. Dios nos da la Escritura, pero luego la Iglesia, bajo la guía de Dios, debe elegir lo que está dentro y lo que está fuera”[7]

¿Entonces porqué los judíos no aceptan el canon alejandrino? Ellos siguen a sus predecesores que, alrededor del año 100 D.C., decidieron que la Septuaginta, que seguía el canon alejandrino, tenía al menos dos problemas: Primero, estaba escrito en griego, que después de la destrucción de Jerusalén era “no judío” o incluso “antijudío” [8]. Segundo, los cristianos, siguiendo la guía de sus líderes apostólicos, usaban ampliamente la Septuaginta, especialmente en apologética para con los judíos; así, los judíos no cristianos querían negar el valor de algunos de sus libros, tales como el libro de la Sabiduría, que contiene una profunda profecía de la muerte de Cristo.

En palabras del protestante erudito en la Septuaginta Sir Lancelot Benton:
La veneración con la que los judíos habían tratado ésta [la Septuaginta] (como se muestra en el caso de Filón y Flavio Josefo), dio lugar a sentimientos encontrados cuando descubrieron cómo podía ser utilizada en su contra: por lo tanto condenaron la versión, y buscaron privarla de cualquier autoridad”[9].

¿Cuáles son los argumentos clásicos protestantes contra los libros deuterocanónicos? Su mayor objeción es que los deuterocanónicos contienen doctrinas y prácticas, tales como la doctrina del purgatorio y las oraciones por los difuntos, que son irreconciliables con la Escritura auténtica. Esta objeción, por supuesto, esquiva la cuestión. Si los deuterocanónicos son Escritura inspirada, entonces estas doctrinas y prácticas no se oponen a la Escritura sino que son parte de la Escritura. Otra objeción es que los libros deuterocanónicos no contienen nada profético. Esto se demuestra claramente falso comparando Sb 1,16-2,1 y 2,12-24 con la pasión de Cristo según Mateo, especialmente Mt 27,40-43.

Varios protestantes también argumentan que, debido a que ni Jesús ni sus Apóstoles citaron de los deuterocanónicos, deberían dejarse fuera de la Biblia. Esta afirmación ignora que ni Jesús ni sus apóstoles citan del Eclesiastés, Ester o el Cantar de los Cantares, ni los mencionan en el Nuevo Testamento; aun así los protestantes aceptan estos libros. Además, el Nuevo Testamento cita y se refiere a muchos libros no canónicos, como la poesía pagana citada por Pablo y las historias judías referidas por Judas, que ni los protestantes ni los católicos aceptan como Escritura. Claramente el ser citado en el Nuevo Testamento, o la falta de ello, no puede ser un indicador confiable de la canonicidad del Antiguo Testamento. (Esto también esquiva la cuestión de cuales libros pertenecen al Nuevo Testamento y cuales no).

Otros protestantes argumentan que los judíos de hoy no aceptan los deuteroncanónicos. Esta objeción es problemática por dos razones. La primera es el porqué los judíos rechazan esos libros (leer más arriba). Estos libros son rechazados por los judíos en base a su antagonismo con el cristianismo, algo que los protestantes no deberían apoyar. El segundo problema es: ¿Porqué deberían los cristianos aceptar la autoridad de no cristianos posterior al establecimiento de la Iglesia en lugar de la autoridad de los Apóstoles de la Iglesia que Cristo fundó? ¿Fundaría Dios una Iglesia y luego la dejaría caer en grave error acerca del canon del Antiguo Testamento? Esta es una posición insostenible para cualquier cristiano.

Otros apuntan al “rechazo” de San Jerónimo de los deuterocanónicos. Mientras que Jerónimo era originalmente receloso de los libros “extra” del Antiguo Testamento, que él sólo conocía en griego, aceptó plenamente el juicio de la Iglesia sobre el asunto, como se muestra en una carta escrita en el año 402:

¿Qué pecado he cometido si sigo el juicio de las iglesias?...No estaba relatando mi personal punto de vista [cuando escribí las objeciones de los judíos a la forma larga de Daniel en mi traducción], sino las observaciones que los judíos están acostumbrados a hacer contra nosotros. (Contra Rufino, 11:33).[10]

Recuerden que los protestantes rechazan la versión alejandrina de Daniel, que es más larga; San Jerónimo no lo hizo.

Algunos protestantes afirman que la Iglesia no definió con autoridad el canon de la Escritura hasta el Concilio de Trento y, dado que el Concilio fue una reacción a la Reforma, los deuterocanónicos pueden ser considerados una “adición” al canon cristiano original. Esto también es incorrecto. Los Concilios regionales la Iglesia antigua había enumerado los libros de la Biblia varias veces antes de la Reforma, siempre manteniendo el canon católico actual. Ejemplos incluyen el Concilio de Roma (382), el Concilio de Hipona (393), y el tercero y cuarto Concilio de Cartago (397,418). Todos ellos afirmaron el canon católico como lo conocemos hoy, mientras que ninguno afirmó el canon protestante.

Este mismo canon también tuvo el apoyo total de importantes Padres de la Iglesia como San Agustín. En el año 405, el Papa Inocencio enseñó también el canon en una carta a Exuperio, obispo de Toulouse, el mismo año que San Jerónimo completó la traducción Vulgata Latina bajo pedido de los Papas. Mil años más tarde, al buscar reunirse con los coptos, la Iglesia afirmó el mismo canon en el Concilio ecuménico [11] de Florencia en 1442. Cuando el canon se volvió un tema serio después de la Reforma Protestante en el siglo XVI, el Concilio de Trento definió dogmáticamente lo que la Iglesia había enseñado constantemente por más de 1,000 años.

R.C. Sproul, un prominente teólogo protestante, afirma que debemos aceptar la Biblia como una “colección falible de libros infalibles”, y muchos protestantes encuentran atractiva esta idea. Hay serios problemas con esta posición. El mayor problema es este: Mientras que afirma que los libros infalibles existen en algún lugar en el mundo, esta afirmación implica que no podemos tener garantía de que todos, o incluso alguno, de esos libros infalibles estén en las Biblias que usan los cristianos. Si la colección es falible, el contenido no es necesariamente el de los libros que son infalibles. ¿Cómo podemos saber, entonces, que el Evangelio de Juan, que todos los cristianos aceptan, es legítimamente parte de la Escritura, mientras que el llamado Evangelio de Tomás, que todos los cristianos rechazan no lo es? La afirmación de Sproul apunta a la necesidad de una autoridad fuera de la Biblia para poder tener una colección infalible de libros infalibles.Es contradictorio creer que en la infalibilidad de la Biblia y la confiablidad de su canon sin creer en la infalibilidad de la Iglesia.

Para responder a la pregunta “¿quién decidió qué libros van en la Biblia?” debemos reconocer la autoridad de la Iglesia que Cristo fundó, la Iglesia que ha discernido infaliblemente con la guía de Dios cuales libros pertenecían y cuales no. Esto significa reconocer que el Antiguo Testamento más largo es el correcto.

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[1] Los 7 libros deuterocanónicos son Tobías, Judith, Sabiduría, Sirácides (Eclesiástico), Baruc, y 1 y 2 de Macabeos.
[2] Por razones similares, Martín Lutero rechazó la canonicidad de la Carta de Santiago en el Nuevo Testamento. Sin embargo, sus colegas protestantes incluyeron a Santiago.
[3] La Septuginta se abrevia a menudo como “LXX.”
[4] El canon palestino es llamado a veces “masorético” porque los rabinos medievales eran llamados “masoretas”.
[5] Cf. Mt. 28,19-20; 1 Tim 3,15.
[6] La Didajé es un documento del primer siglo que contiene enseñanzas de los Apóstoles de Cristo.
[7] Dr. Peter Flint, un teólogo Protestante Evangélico que obtuvo su doctorado en la Universidad de Notre Dame, citado en Christianity Today, Octubre 6, 1997.
[8] Los eruditos saben ahora, basándose en evidencia de los rollos del Mar Muerto, que algunos libros deuterocanónicos existían previamente en hebreo. Los judíos del año 100 no sabían esto.
[9] Sir Lancelot C. L. Benton, Introduction to The Septuagint With Apocrypha, Hendrickson Publishers, 1997.
[10] Además, la versión Vulgata Latina de la Biblia, que San Jerónimo terminó alrededor del año 406, incluía los deuterocanónicos.
[11] El término ecuménico significa literalmente “universal”, queriendo decir que un concilio es ecuménico cuando el colegio de obispos de todo el mundo se tienen un encuentro en unión con el Papa.

viernes, 10 de mayo de 2013

El Magisterio Infalible de la Iglesia Católica


Pregunta:
¿Qué es el Magisterio? ¿Cómo deberían los fieles responder al Magisterio?¿Qué es el carisma de infalibilidad?¿Cómo es ese carisma ejercido por la Iglesia?

Respuesta:

El Magisterio es la función y autoridad de enseñar de la Iglesia que fue establecido por Jesucristo para “guardar el depósito” (1Tm 6,20). El Magisterio, al servicio de la Palabra de Dios, interpreta auténticamente la Palabra, ya sea en la Escritura o en la Tradición. El Magisterio es ejercido por el Papa y los obispos en comunión con él. Debido a que Cristo ha instituido el Magisterio para comunicar la verdad que salva, los fieles deben responder con docilidad y gozo las enseñanzas de la Iglesia por amor a Cristo.

La infalibilidad es un carisma a través del cual el Espíritu Santo protege al Magisterio de enseñar erróneamente en materia de fe y moral. La iglesia ejerce este carisma cuando enseña definitivamente, ya sea de manera solemne (por ejemplo, a través del Magisterio Solemne) o mediante el magisterio ordinario y universal.

Discusión:

Jesús envió el Espíritu Santo para guiar a su Iglesia a la verdad completa. El Espíritu Santo “enseña todo” a la Iglesia, recordándole todo lo que Cristo enseñó a los Apóstoles (cf. Jn 14,16). Es por esto que Jesús puede decir, con respecto a sus Apóstoles y a sus sucesores los obispos, “quien a vosotros acoge, a mí me acoge” (Mt 10,40). Elegidos por Cristo, ellos ejercen el Magisterio de la Iglesia. Cristo envía a sus Apóstoles y a sus sucesores como el Padre lo envió a Él con “todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).

Para proveer una fuente segura de enseñanza y para mantener la unidad de la Iglesia, Cristo estableció el papado como suprema autoridad en la Iglesia. El ministerio del Papa es el de sucesor de Pedro y está marcado por la autoridad de “las llaves del Reino de los Cielos” (Cf. Mt 16,18-19; Is 22,15-25). Como el Concilio Vaticano II nos recuerda, “el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente” (Lumen Gentium 22). De esta manera, sólo en comunión con el Papa el colegio o cuerpo de obispos tiene plena y suprema autoridad sobre la Iglesia universal. (Íbid).

Jesús no dejó a su Pueblo vulnerable a los caprichos doctrinales de líderes competidores. Más bien, construyó la Iglesia sobre el sólido fundamento de los Apóstoles (Cf. Ef 2,19-20). Le dio a su Iglesia el Espíritu Santo, el Paráclito, para permitirle ser “columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15). A pesar de las corrientes culturales que han surgido a través de los siglos, los fieles siempre han tenido una “piedra” magisterial visible y fácilmente identificable en la cual pueden sostenerse. Como explica el Catecismo, citando del Vaticano II: "El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo"  (DV10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. (no. 85). Jesús declaró que las puertas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia (Cf. Mt 16,18-19). Esta protección del mal incluye proteger al Magisterio de enseñar el error. Independientemente de quienes sean el Papa y los obispos en comunión con él en una época en particular en la historia de la Iglesia, los fieles tienen la Palabra de Cristo de que el Espíritu Santo guiará a su Magisterio para preservar y enseñar la verdad.

La fe que busca entendimiento

Algunos católicos no aceptan una enseñanza particular de la Iglesia a menos que demuestre, para su satisfacción, que esa enseñanza es verdadera. Algunos van demasiado lejos y se reservan el derecho de rechazar cualquier pronunciamiento magisterial con un juicio de conciencia. Al hacerlo, aplican erróneamente la enseñanza de la Iglesia sobre la conciencia, argumentando en esencia que todas las enseñanzas de la Iglesia están sometidas a su aprobación. La fe no es un mero acuerdo, sino la humilde sumisión a la autoridad de Dios. Así, el Catecismo dice: “La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado.” (No. 150)

Tal asentimiento presupone una obediencia alegre a Dios tal como se revela a sí mismo y a su verdad de salvación. “Obedecer (del latín ob-audire, escuchar) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma.” (CEC 144). Como Jesús dijo, “quien os escucha a vosotros, a mí me escucha; quien os rechaza a vosotros, a mí me rechaza” (Lc 10,16). Los católicos aceptan las enseñanzas de la Iglesia debido a la fe en Dios, quien ha investido al Magisterio, siervo de su Palabra, con su autoridad: “El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos».” (CEC 156)

Desafortunadamente, algunos buscan maestros “arrastrados por sus propias pasiones” y apartan sus oídos de la verdad (Cf. 2Tm 4,3). La fe, y no nuestras propias preferencias o gustos, es lo que nos lleva a la verdad. Debido a la fidelidad de Dios, debido a la certeza que viene de su luz divina, los católicos pueden gozosamente hacer eco de las palabras de John Henry Cardenal Newman cuando la tentación de no dar asentimiento es puesta delante de ellos: “Diez mil dificultades no hacen una sola duda”. “Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mí me escucha" (Lc 10,16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.”

Es mejor que lo creas

A pesar de las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y el asentimiento, algunos católicos creen que sólo tienen que aceptar las enseñanzas “ex cathedra” y otras “solemnemente definidas”, sosteniendo que sólo estas tienen garantía de infalibilidad por parte del Espíritu Santo. Como resultado, se engañan a sí mismos, minimizando la riqueza de las enseñanzas de la Iglesia. Más bien, la Iglesia tiene tres tipos básicos de enseñanza, los cuales requieren el asentimiento de los fieles.

El primero consiste en las enseñanzas “divinamente reveladas”, aquellas que Dios ha impartido a su Iglesia a través de la Escritura y la Tradición y que, por lo tanto, son parte del “depósito de la fe”. (CEC 84;2033). Estas enseñanzas requieren el asentimiento de fe basado en la autoridad de la Palabra de Dios. Uno es culpable de herejía si niega estas enseñanzas (Cf. CEC 2089).

La segunda categoría consiste en aquellas enseñanzas en las cuales la Iglesia se ha pronunciado definitivamente. Estas enseñanzas requieren un asentimiento de fe, pero esta basado en la fe en la asistencia que el Magisterio recibe del Espíritu Santo y en la doctrina relacionada sobre la infalibilidad, que el glosario del Catecismo define de esta manera: “el don del Espíritu santo por medio del cual los pastores de la iglesia, el Papa y los obispos en comunión con él, pueden proclamar definitivamente una doctrina de fe o moral para la creencia de los fieles”. Como enseña el Código de Derecho Canónico, “se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien rechaza dichas proposiciones que deben retenerse en modo definitivo.” (Canon 750 §2) [1]. Aunque no son parte del depósito de la fe, estas enseñanzas “son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe”(Canon 750 §2).

Las enseñanzas en estas primeras dos categorías requieren aceptación completa e irrevocable. Como explica el Catecismo, son enseñadas infaliblemente: “El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina ; se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas” (CEC 2035) .Así, estas dos categorías de enseñanzas, propuestas infaliblemente, son iguales en alcance al depósito de la revelación.

Hay una tercera categoría de enseñanza “que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia de fe y de costumbres” (CEC 892). Estas enseñanzas iluminan el entendimiento, ayudando a que la revelación de sus frutos. Aunque no son propuestas de manera definitiva, son presentadas como verdaderas o certeras. El Magisterio recibe asistencia divina al proponer estas enseñanzas, a las cuales “los fieles deben 'adherirse con espíritu de obediencia religiosa' que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él.”(CEC 892). Un ejemplo sería la enseñanza de la Iglesia acerca de que la pena de muerte no debería ser administrada a menos que “fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.” (CEC 2267).

Alta definición

Así, hay tres tipos de enseñanzas que requieren nuestro asentimiento, dos de los cuales son propuestos de manera infalible. ¿Cómo hace el Magisterio para proponer una enseñanza infaliblemente? Hay dos maneras: a través del Magisterio extraordinario y a través del Magisterio ordinario y universal.

El “Magisterio extraordinario” es llamado así porque hace pronunciamiento solemnes o formales en relativamente raras ocasiones. El Magisterio extraordinario se pronuncia infaliblemente a través de dos tipos de definiciones solemnes. El primer tipo de definición es por el Papa cuando habla “ex cathedra” (desde la silla de Pedro), esto es, “cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia”. [2] Ejemplos de esto son las definiciones dogmáticas sobre la Inmaculada Concepción de María (Papa Pío IX, 1854) y la Asunción de la Virgen al cielo (Papa Pío XII, 1950).

El segundo tipo de definición ocurre cuando el Papa y los obispos en comunión con él definen solemnemente una enseñanza en un concilio “general” o “ecuménico” (un concilio cuyas enseñanzas son obligatorias para toda la Iglesia). Ejemplos incluyen las definiciones solemnes hechas en el Concilio de Trento, incluyendo aquellas sobre la Misa, los sacramentos, la justificación y las indulgencias.

Algunos católicos tratan incorrectamente de limitar la infalibilidad solo a aquellas enseñanzas que son definidas solemnemente. Argumentan que “ninguna doctrina se considera definida infaliblemente si no consta así de modo manifiesto” (canon 749 §3). De hecho, este canon se refiere sólo a las definiciones solemnes del Magisterio extraordinario, no a las enseñanzas propuestas infaliblemente en general. Como el Catecismo, el Vaticano II y el Derecho Canónico afirman, cualquier enseñanza propuesta de manera infalible posee el carisma de infalibilidad, no simplemente las que están definidas solemnemente.

El Magisterio ordinario y universal es el medio normal o usual por medio del cual el Papa y los obispos en comunión con él proponen infaliblemente enseñanzas a toda la Iglesia. Es ejercido cuando el Papa y los obispos concuerdan en que una doctrina particular debe sostenerse definitivamente, y se lleva a cabo típicamente cuando los obispos están dispersos por todo el mundo en sus respectivas diócesis. El Magisterio ordinario y universal también enseña infaliblemente cuando, sin emitir una definición solemne, confirma o reafirma las enseñanzas de la Iglesia en un concilio ecuménico, por ejemplo, por medio de una constitución dogmática.
Si una enseñanza es enseñada por el Magisterio ordinario y universal, es definitiva y por lo tanto infalible. Sin embargo, a veces se desatan controversias sobre si una doctrina en particular es de hecho una enseñanza del Magisterio ordinario y universal. En tales ocasiones, el Papa puede confirmar o reafirmar definitivamente que una doctrina particular es, de hecho, enseñada de manera infalible por el Magisterio. En esos casos, el Papa no hace un pronunciamiento ex cathedra. Más bien, pronuncia de manera infalible y definitiva que una doctrina “ha sido constantemente mantenida y sostenida por la Tradición y transmitida por el Magisterio ordinario universal” [3]. El carácter definitivo de tales pronunciamientos papales está enraizado en la misma Tradición que ellos confirman. Así, la infalibilidad de estas reafirmaciones se basa en la infalibilidad de las enseñanzas previas que afirman. Como el Cardenal Tarcisio Bertone, cuando era secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha explicado: “un pronunciamiento papal de confirmación goza de la misma infalibilidad que la enseñanza del Magisterio ordinario universal” [4]. Estos pronunciamientos definitivos proveen una manera más concreta de saber que una doctrina ha sido propuesta infaliblemente.

El pronunciamiento definitivo del Papa Juan Pablo II acerca de que sólo los hombres pueden ser ordenados al sacerdocio ministerial es un ejemplo reciente de una confirmación papal infalible. Hizo este pronunciamiento en su carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis (Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres):

Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación.

Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.”(no. 4).

Ordinatio Sacerdotalis es un buen ejemplo de un pronunciamiento papal definitivo que confirma o reafirma una enseñanza del Magisterio papal ordinario y universal. El Papa afirma que la enseñanza sobre la ordenación sacerdotal es “conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia”. Así, él identifica definitivamente la enseñanza como magisterial. El Santo Padre después sostiene definitivamente que su pronunciamiento es una confirmación (“en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos”). Finalmente, afirmando que está actuando para remover toda duda sobre el tema, el Papa añade que “este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.

Otro ejemplo de cómo un Papa puede pronunciarse definitivamente sin una declaración ex cathedra es en el tema de la contracepción. En 1930, la Iglesia Anglicana rompió con la antigua Tradición cristiana y enseñó que la contracepción puede ser permitida en situaciones “difíciles”. En respuesta, el Papa Pío XI publicó su encíclica Casti Connubii (sobre el matrimonio cristiano). Hablando “en señal de su divina legación”, Pío XI reafirmó que esta enseñanza pertenecía a “la doctrina cristiana, enseñada desde el principio y transmitida en todo tiempo sin interrupción” proclamando de nuevo que “cualquier uso del matrimonio, en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen, se hacen culpables de un grave delito.” (no. 21). El pronunciamiento definitivo de Pío XI ilustra el hecho de que el tema de la contracepción estaba definitivamente establecido desde antes de que el Papa Pablo VI publicara su encíclica Humanae Vitae, que afirma la misma Tradición cristiana ininterrumpida. Otros recientes ejemplos incluyen los pronunciamientos definitivos de Juan Pablo II acerca del aborto, asesinato y eutanasia en su encíclica Evangelium Vitae (El Evangelio de la vida).

Cristo ha dado el Magisterio como un gran don a su Iglesia, con el fin de que los fieles puedan dar su asentimiento libre y agradecido a la verdad salvadora que Dios ha revelado a su Iglesia. El Magisterio posibilita a los fieles vivir la verdad de Dios en la manera abundantemente fructífera que el ha establecido. Cuando el Magisterio se pronuncia definitivamente en materia de fe y costumbres, el Espíritu Santo asegura que la Iglesia no enseñe erróneamente. La Iglesia se puede pronunciar de manera infalible a través del Magisterio extraordinario y del Magisterio ordinario y universal. Aquel que escucha y obedece a la Iglesia, escucha y obedece a su fundador, Jesucristo. Y, como prometió Jesús, «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.» (Jn 8,31-32)


1 El Papa Juan Pablo II modificó el Código de Derecho Canónico, añadiendo el canon 750 §2 por medio de su decreto Ad Tuendam Fidem.
2 Vatican I, Constitución dogmática sobre la Iglesia de Cristo, capítulo 4
3 Arzobispo Tarcisio Bertone, L’Osservatore Romano (Weekly English Edition), January 29, 1997, 6.
Ibid.

martes, 7 de mayo de 2013

Vino bíblico


Pregunta:

Algunos cristianos dicen que el vino del que se habla en la escritura era en verdad jugo de uva, porque los procesos de fermentación en los tiempos antiguos no eran muy bueno. ¿Es esto cierto? ¿La Escritura realmente prohíbe beber alcohol?

Respuesta:

La Escritura prohíbe las borracheras, esto es, beber alcohol en exceso (por ejemplo, Ef 5,18) [1]. Sin embargo, es claramente imposible emborracharse a menos que uno beba alcohol. Así, las numerosas descripciones de borracheras serían imprecisas, y la prohibición de las borracheras no tendría sentido, a menos que hubiera alcohol disponible. Dado que el vino es la sustancia específica que se menciona como la usada para ponerse borracho, uno puede concluir razonablemente que el vino de la Escritura, cuando se abusaba de de él, contenía suficiente cantidad de alcohol para causar embriaguez.

De hecho, como se discutirá luego, Juan usa la misma palabra para el vino del milagro de las bodas de Caná (Jn 2,1-11) que usó el autor del Génesis para describir la sustancia con la cual Noé se emborrachó (Gn 9,24). De hecho, la Escritura apoya el uso prudente del vino y, por extensión, a otras bebidas alcohólicas (Jn 2,1-11 y 1Tm 5,23)

Discusión:

Como muchos cristianos se sienten incómodos con el consumo del alcohol, afirman que la Escritura prohíbe el consumo de cualquier bebida alcohólica. Cuando se hace notar que Cristo transformó el agua en vino, ellos aseguran que el “vino” de los tiempos antiguos era de inferior calidad, debido a la falta de buenos procesos de fermentación, que era en esencia jugo de uva que contenía poco o nada de alcohol [2]. Las Escrituras dejan muy en claro que la gente usaba vino con alcohol, a veces de manera pecaminosa: “Noé se dedicó a la labranza y plantó una viña. Bebió del vino, se embriagó y quedó desnudo en medio de su tienda” (Gn 9,20-21). “Ven, vamos a darle vino a nuestro padre, nos acostaremos con él...”(Gn 19,32-36).

Una variante del argumento sostiene que la gente del Antiguo Testamento bebía vino con alcohol, pero ni Cristo ni los Apóstoles lo hicieron así; más bien, Cristo convirtió el agua en jugo de uva en las bodas de Caná, no en vino con alcohol. El problema con este argumento, sin embargo, es la ausencia de evidencia en las Escrituras. La misma palabra es usada para “vino” tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La versión griega del Antiguo Testamento usa la misma palabra para vino (oinou, οἴνου ) en Gn 9,20 que usa Juan en el capítulo 2,1-11. Seguramente si se tratara de dos bebidas diferentes, con alcohol y sin alcohol, la Escritura haría una clara distinción usando distintas palabras. Después de todo, de acuerdo a la tradición protestante, las enseñanzas necesarias para evitar el pecado deben ser claras y obvias para cualquiera que lee la Escritura. ¿Porqué nos confundiría al no hacer una clara distinción entre el vino con alcohol y el jugo de uva, si beber alcohol fuera pecado?[3]

La palabra usada es la palabra normal para vino”, afirma Howard Charles, un profesor protestante de estudios del Nuevo Testamento. “Tanto el griego clásico como los manuscritos antiguos en general emplean otra palabra para jugo de uva. Aunque deseáramos que fuera de otra manera, una exégesis honesta obliga a admitir que en esta ocasión Jesús deliberadamente aumentó la cantidad de vino disponible para consumir en la fiesta.”[4]

Es verdad que Pablo escribió: “Trata de no destruir la obra de Dios por un alimento. Todo lo que se come es puro, ciertamente, pero es malo comer algo dando escándalo. Sería bueno que no comieses carne ni bebieses vino, ni hicieras algo que fuese para tu hermano ocasión de caída o tropiezo” (Rm 14,20-21). Esto no significa que no tengamos permitido beber vino. Significa que no debemos valorar más nuestros placeres que la salvación de otro. Si alguien tiene problema con el vino, deberíamos evitar consumirlo estando con él. Tal vez, por ejemplo, la persona sea alcohólica y estaría tentada a beber contigo si tú bebes. En tales situaciones, debemos evitar ser piedra de tropiezo. Sin embargo, la Escritura describe a Cristo trasformando el agua en vino, y no dice que ese vino no tuviera alcohol.

San Pablo escribe en otro lugar: “También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino...”(1Tm 3,8). Aquí, la enseñanza auténtica de la Escritura sobre la bebida es evidente. “Beber mucho vino”, esto es, el exceso, es el problema que debe ser evitado. Pablo no dice que los diáconos no deban beber vino. Anteriormente en esta carta, dice que los obispos no deben ser bebedores (1 Tm 3,3), pero no significa que no deban beber nada en absoluto.

Los cristianos concuerdan en que beber vino en exceso es un pecado. De hecho, la Iglesia Católica enseña que embriagarse es pecado, una transgresión que se hace más grave cuando pone en peligro la seguridad de otros. Pero la Escritura y la Tradición concuerdan en que beber moderadamente es aceptable: “No bebas ya agua sola. Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes indisposiciones” (1Tm 5,23)

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[1] Cf. CEC, no. 2290.
[2] No había nada sustancialmente diferente en el proceso de fermentación, que es completamente natural, en el Antiguo o el Nuevo Testamento comparado con la modernidad. El vino y la cerveza se hacen ahora exactamente de la misma manera que se hacía hace miles de años; sólo cosas como los contenedores e ingredientes adicionales han cambiado. El contenido de alcohol del vino y cerveza antiguos cae en el mismo rango de alcohol que los modernos. Es verdad que estas culturas antiguas no destilaban alcohol, pero el vino y la cerveza no son bebidas destiladas.
[3] Este argumento, que dice que el vino del Nuevo Testamento es realmente jugo de uva, es también debilitado por lo que el maestresala dice en Jn 2,10. Claramente el vino en ese periodo de tiempo contenía suficiente cantidad de alcohol que cuando la gente bebía mucho no podían distinguir el vino bueno del vino malo.
[4] Howard H. Charles, Alcohol and the Bible. Scottdale, Penn.: Herald Press, 1981, 16.


El entendimiento católico de la inerrancia bíblica


Pregunta:

¿Qué enseña la Iglesia Católica sobre la inerrancia bíblica?

Respuesta:

Inerrancia” significa simplemente el estar libre de error. La Iglesia Católica siempre ha enseñado que la Sagrada Escritura es inerrante. Dado que todos los libros de la Biblia fueron compuestos por autores humanos que estaban “inspirados” por el Espíritu Santo (1Tm 3,16; 2P 1,19-21; 3,15-16), tiene realmente a Dios como su autor, y comunican sin error la verdad salvadora de Nuestro Padre Celestial.

Discusión:

Muchos cristianos se escandalizan hoy cuando escuchan que alguien dice que Jesús no multiplicó realmente los panes y los peces para las 5,000 personas en una montaña en Galilea. Algunos eruditos contemporáneos dicen que lo que este Evangelio cuenta en Jn 6,1-14 fue una simple historia hecha por la comunidad cristiana primitiva con el fin de expresar el mensaje de Cristo de la importancia de compartir y servir a aquellos que lo necesitan. Especulan que la narración de Jesús multiplicando milagrosamente los panes y los peces no fue de hecho un evento que ocurrió en la historia. Este tipo de interpretación de la Biblia lanza dudas sobre la fiabilidad de las Escrituras: ¿Es la Biblia una fuente confiable para conocer la verdad?¿O es simplemente una colección de escritos que contienen algunas verdades religiosas junto a un número de exageraciones, errores y fabricaciones?

¿Qué enseña la Iglesia Católica?

La Iglesia Católica enseña que la Sagrada Escritura es verdaderamente la Palabra de Dios. Por medio de la Biblia, Dios se revela a sí mismo, comunica su plan de salvación y nos llama a una relación con Él.

La Iglesia ha enseñado siempre que nos podemos aproximar a las Escrituras con una confianza sólida como roca porque están inspiradas por Dios mismo y, por lo tanto, no contienen error. Esta inerrancia es un gran don porque da a la Biblia una credibilidad en la cual podemos basar nuestras vidas. Dios inspiró las Escrituras con el fin de darnos una fuente completamente confiable sobre lo que debemos creer y cómo debemos actuar. Cuando es leída en la Tradición viva de la Iglesia y en las enseñanzas magisteriales, la Biblia es una guía segura para nuestras vidas.

La base para la enseñanza de la Iglesia sobre la inerrancia bíblica es la inspiración. Aquí debemos recordar que la Biblia es diferente a cualquier libro. Es único porque tiene un autor único: el mismo Dios. Como dice San Pablo, "toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena." (2Tm 3,16-17).

Inspiración significa literalmente “respirado por Dios”. Esta es la razón por la que la Iglesia enseña que las Escrituras tienen a Dios como autor. Dios trabajó por medio de escritores humanos que escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.” (Dei Verbum 11). Así, mientras que los escritores humanos hicieron uso pleno de sus propias habilidades y capacidades, estaban al mismo tiempo inspirados por el Espíritu Santo de manera que las palabras de la Escritura fueran escritas exactamente en la manera que Dios lo planeó. De hecho, las Escrituras contienen las palabras de Dios expresadas con palabras humanas (Íbid, 13).

Dado que las palabras de la Escritura son inspiradas por Dios mismo, la Iglesia siempre ha enseñado que cada parte de la Biblia está libre de error. De otra manera, un error en la Biblia tendría que ser atribuido a Dios, que es la Verdad Suprema y no puede engañar ni engañarse. El Papa León XIII en su encíclica Providentissimus Deus explicó: "Está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia”(No. 45,46) El Papa Pío XII reafirmó la inerrancia de la Biblia en su encíclica Divino Afflante Spiritu. Comparó la inerrancia de la Biblia con Cristo libre de pecado: “Porque así como el Verbo sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todas las cosas, excepto el pecado (Heb 4,15), así también las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron semejantes en todo al humano lenguaje, excepto el error.“ (no. 24)

El Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica de la misma manera afirman el hecho de que la inspiración divina de las Escrituras no deja espacio para ningún error en la Biblia: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.”(DV 11)

¿Está limitada la inerrancia a temas de fe y moral?

A pesar de estas afirmaciones explícitas sobre la inerrancia de la Biblia, algunos han enseñado que la inerrancia está restringida únicamente a “asuntos religiosos”, argumentando que la Biblia está libre de error cuando se trata de problemas de fe y moral. Sin embargo, cuando se trata de temas no religiosos de historia o detalles de fondo, estos críticos argumentan que Dios puede haber permitido existir errores humanos junto a las verdades religiosas.

Pero esta posición ha sido refutada repetidamente por la Iglesia porque limita necesariamente la inspiración divina de los textos sagrados. León XIII explicó que la inspiración y la inerrancia no se pueden limitar solamente a asuntos religiosos de la Biblia: “Lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error. Ni se debe tolerar el proceder de los que tratan de evadir estas dificultades concediendo que la divina inspiración se limita a las cosas de fe y costumbres y nada más” (Providentissimus Deus 45). La Biblia debe, por lo tanto, ser inerrante no sólo en las “verdades religiosas”, sino en todas sus afirmaciones.

El Papa Benedicto XV en su Spiritus Paraclitus (1920) también enfatizó la absoluta inmunidad de error de la Biblia. Después de condenar cualquier posición que restringiera los así llamados “elementos religiosos” de la Biblia, cita a San Jerónimo, el “Padre la la Ciencia Bíblica”, que escribió hacía más de 1500 años que “lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error.”(No. 20)

Evitando el Fundamentalismo: El Problema de la Interpretación literal

La Iglesia enseña que la Biblia es inerrante en todo lo que los escritores sagrados pretendieron afirmar. La Pontificia Comisión Bíblica en su documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia hace la importante distinción entre el sentido literal de la Escritura y la interpretación literal (fundamentalista). El sentido literal es “aquel que ha sido expresado directamente por los autores inspirados”. Para abordar el sentido literal, uno debe interpretar el texto de acuerdo a las convenciones literales de la época, considerando la intención del autor, el género literario, y el contexto histórico. Una lectura fundamentalista ignora estas consideraciones.

Por ejemplo, cuando Cristo advierte que es mejor cortar tu mano si te es causa de pecado, está usando una metáfora literaria. Sin embargo, una lectura fundamentalista tomaría esta enseñanza de Cristo al pie de la letra y erróneamente alentaría a cortar porciones del cuerpo que fueran ocasión de pecado. De manera similar, cuando el Salmo 73 (72),20 habla de Dios despertando, esto no quiere decir que Yahvé duerme en la noche y se despierta en la mañana, sino que es un lenguaje figurativo que describe cómo Dios, después de permanecer aparentemente sin responder a una situación, empieza a tomar acción como un hombre al levantarse de su sueño.

En cuanto a las ciencias naturales, la Iglesia enseña que los escritores sagrados no intentaron enseñar física, astronomía o química. Por ejemplo, cuando las Escrituras describen al sol moviéndose alrededor de la tierra [cf. Salmo 19 (18),4-6; Qo 1,5), el escritor sagrado no estaba tratando de dar lecciones de astronomía. Una aproximación fundamentalista tendría que negar la información de la ciencia moderna que muestra que la tierra gira alrededor del sol.

Sin embargo, los escritores estaban intentando contar lo que sus sentidos captaban, y lo hicieron de manera precisa. Como explicó León XIII, “más que intentar en sentido propio la exploración de la naturaleza, describen y tratan a veces las mismas cosas, o en sentido figurado o según la manera de hablar en aquellos tiempos, que aún hoy vige para muchas cosas en la vida cotidiana hasta entre los hombres más cultos. Y como en la manera vulgar de expresarnos suele ante todo destacar lo que cae bajo los sentidos, de igual modo el escritor sagrado —y ya lo advirtió el Doctor Angélico—«se guía por lo que aparece sensiblemente», que es lo que el mismo Dios, al hablar a los hombres, quiso hacer a la manera humana para ser entendido por ellos.” ( Providentissimus Deus 42).

Comúnmente hablamos de esta manera. Cuando el hombre del pronóstico del tiempo dice que el sol saldrá mañana a las 6 a.m., no lo acusamos de una gran equivocación astronómica. Es certero en esta afirmación porque no está tratando de enseñarnos acerca del movimiento del sol, sino que nos dice de lo que aparece a nuestros sentidos usando un lenguaje figurativo común. De la misma forma, los textos bíblicos que describen el movimiento del sol alrededor de la tierra son inerrantes. Los escritores sagrados reportaron sin error lo que intentaban transmitir- no ciencias naturales, sino lo a parece realmente a los sentidos.

Estos principios pueden ser usados para demostrar la inerrancia de otros pasajes bíblicos que son usualmente acusados de ser erróneos a la luz de la ciencia moderna.

Tomándose en serio la Palabra de Dios

De manera similar, en lo que se refiere a temas de historia, debemos considerar la intención del escritor. Si el escritor está tratando de ofrecer una narrativa histórica, entonces la narración provee una presentación certera de lo que ocurrió verdaderamente en la historia. Pero es un caso diferente si el escritor está tratando de incorporar una alegoría o parábola.

Por ejemplo, Lc 10,29-37 nos narra a Jesús contándole a un legista la parábola del “buen samaritano”. Una interpretación fundamentalista podría sacar esta parábola de su contexto y concluir que Lucas está reportando un evento histórico que involucra un “buen samaritano” real que ayudó a alguien golpeado por salteadores. Sin embargo, cuando esta escena es leída en su contexto, uno reconoce que Lucas simplemente está contando una situación en la que Jesús dijo una parábola como parte de su ministerio de enseñanza. No necesitamos concluir que hubo en verdadero “buen samaritano”. De lo que podemos estar seguros, sin embargo, es que Jesús realmente dijo esta parábola que Lucas reporta.

Volvamos a la narración de la multiplicación de panes y peces (Jn 6,1-14). Como se mencionó anteriormente, algunos han malinterpretado este pasaje diciendo que Jesús realmente no multiplicó los panes y los peces. Más bien, aseguran que el verdadero milagro fue que Jesús fue capaz de conseguir que la gente compartiera con aquellos que no tenían comida. La comunidad cristiana primitiva inventó la parte sobre la multiplicación de los panes y peces con el fin de expresar el más profundo milagro del compartir.

Además del hecho de que no hay nada en el pasaje que soporte tal interpretación [1], esta aproximación a la Biblia simplemente falla en tomarse en serio la Palabra de Dios. Dado que este pasaje es una narrativa histórica, podemos tener la certeza de que narra de manera fidedigna un evento real en la vida de Jesús: su multiplicación de los panes y peces para alimentar a 5000. No es una leyenda que surge de la primitiva comunidad cristiana. No es una historia exagerada basada en verdades parciales. Ya que el escritor sagrado intentó narrar un evento de la vida de Cristo, la narración entera y todas sus partes deben ser inerrantes, comunicando fielmente todo lo que el autor quería afirmar dado que “todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo” (DV 11).

Aquí debemos remarcar que incluso los pequeños detalles de una narración histórica son inerrantes. En consecuencia, sabemos que Jesús multiplicó cinco panes de cebada y dos peces y que 12 canastos de pan sobraron, tal como la narración nos dice. Lo que puede parecer mera “información de fondo” es importante porque incluso estos detalles están inspirados por Dios y por eso son fiables. Además, si un escritor sagrado pudiera fallar en “pequeños detalles” acerca de la vida de Jesús, ¿cómo podría confiarse en él sobre cosas de mayor tamaño que son más difíciles de creer, como por ejemplo la Resurrección?

Además, debemos tener en mente que la precisión histórica de un testimonio era importante para los judíos (por ejemplo, el juicio de Susana en Dn 13 y las narraciones del juicio de Jesús en el que no podía ser condenado porque los testimonios no concordaban). Por consiguiente, podemos esperar estándares similares para los testimonios bíblicos de la vida de Cristo así como para las narraciones del Antiguo Testamento.

¿Contradicciones en la Biblia?

Algunos dirán que hay contradicciones en la misma Biblia y concluirán que la Biblia no puede ser 100% inerrante. Por ejemplo, en Mc 2,26 Jesús dice que Abiatar era el sumo sacerdote cuando David comió el pan de la presencia, pero en 1S 21,2 dice que Ajimélec era el sacerdote de esa época. A simple vista, esto parece una evidente contradicción. Sin embargo, cuando nos damos cuenta que Abiatar era hijo de Ajimélec (1S 23,6) y que el sumo sacerdocio era compartido por padre e hijo (cf. Lc 3,2; Jn 18,13), vemos que la afirmación de Jesús es precisa. Tanto Ajimélec como Abiatar era llamados con el título de sumo sacerdote como padre e hijo.

Hay docenas de otros pasajes difíciles en la Biblia que podrían a simple vista parecer erróneos o contradictorios (muchos de los cuales pueden fácilmente ser mostrados como conciliables y otros pocos son un poco más difíciles de entender). Pero debemos recordar que Dios puso dificultades en los textos sagrados con el fin de hacernos humildes, de tal forma que pudiéramos confiar más en la inspiración de Dios de las Escritura que en nuestra propia habilidad para estudiarla. El Papa Pío XII escribió:

Dios con todo intento sembró de dificultades los sagrados libros, que El mismo inspiró, para que no sólo nos excitáramos con más intensidad a resolverlos y escudriñarlos, sino también, experimentando saludablemente los límites de nuestro ingenio, nos ejercitáramos en la debida humildad.”(Divino Afflante Spiritu, 28).

Al final, la Iglesia nos llama a adoptar una actitud de reverencia hacia las Escrituras. San Agustín nunca acusaría a los escritores sagrados de la más mínima equivocación, incluso en los más pequeños detalles. Cuando se topó con dificultades en la Biblia-dificultades que incluso su gran intelecto no pudo resolver- no concluyó que hubiera error en la Biblia. Más bien, humildemente aceptó los textos difíciles como verdaderos porque era lo suficientemente modesto para reconocer sus propias limitaciones al encararse con la Palabra inspirada e inerrante de Dios. Escribió: «Yo confieso a vuestra caridad que he aprendido a dispensar a solos los libros de la Escritura que se llaman canónicos la reverencia y el honor de creer muy firmemente que ninguno de sus autores ha podido cometer un error al escribirlos. Y si yo encontrase en estas letras algo que me pareciese contrario a la verdad, no vacilaría en afirmar o que el manuscrito es defectuoso, o que el traductor no entendió exactamente el texto, o que no lo he entendido yo» (Epist. 82,1)

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[1 ] Esta interpretación falla al no tomar en cuenta la conclusión de la escena, cuando la gente estaba tan sorprendida del milagro de Jesús que querían tomarlo por la fuerza para hacerlo rey (cf. Jn 6,14-15). Alentar a la gente a ser generosos es difícilmente un acto que pudiera suscitar el deseo de hacerlo rey. ¡Pero algún tipo de alimentación milagrosa ciertamente lo haría!