miércoles, 1 de enero de 2014

Novena a San Roberto Abad

MODO DE HACER LA NOVENA.

Se empezará todos los días con esta introducción.

DIOS , y Señor de las Virtudes , postrado humildemente ante el trono de vuestra clemencia, confieso en primer lugar, que no merezco ser oído de Vos, ni parecer ante vuestro divino acatamiento; porque me faltan esas sagradas distinciones , que hacen la gala de vuestros siervos, γ el título más glorioso de vuestra divina Majestad; pero animado , y esperanzado en la intercesión del grande San Roberto Abad, vengo a tributaros el respeto, el amor, y la acción de gracias , que una criatura , y mas tan νiΙ , y tan favorecida como yo, debe a su benignísimo Criador. YO me confundo, Dios mío, de mi pasada ingratitud, y me avergüenzo de mi tibieza. Oh, cuan desatenta, y cuan desconocida! Υ en desagravio de tanta indiferencia, y de tanto olvido, os amo, y os quisiera amar con la intensión, y con la ternura de afecto con que os amaba mi Santo Protector, por quien os suplico, que, a la consideración de vuestra grandeza, y bondad, me concedáis un vivo arrepentimiento de mis pecados, y una partecita de aquellos grandes dones que depositasteis en el alma de este bienaventurado Siervo vuestro, para que yo, inflamado con ella y vuestro amor, crezca de virtud en virtud, y llegue a merecer el dichoso término para el que fui creado, de suerte que os sirva, os ame, y os alabe en esta vida; os vea y os posea en la eterna, por Jesucristo Hijo vuestro, nuestro Señor, que con Vos y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

PRIMER DÍA
LA regularidad de las costumbres, Señor, y la bien ordenada distribución del día, γ de la noche, en obras prescritas, y ejecutadas al purísimo nivel de vuestra santísima voluntad, es el primer escalón de la vida espiritual, y el primer fundamento de la alta perfección, que comunicasteis al Císter por medio de su grande Padre, y Siervo vuestro San Roberto Abad. Υο os alabo por ella, Dios mío, y os suplico a que me concedáis un eficacísimo propósito de estampar todos mis pasos sobre las religiosas huellas de su ejemplo, para que en mí nada discrepe de vuestra santa Ley, y nada se desvíe de la senda angosta de vuestros Escogidos. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amen.
Tres Avemarías.
ORACIÓN GENERAL
Eterno Dios, Padre, Señor y Criador de cuanto hay visible, e invisible fuera de Vos en el Cielo, γ en la Tierra: gracias os doy por el magisterio de espíritu, que otorgasteis a vuestro gran Siervo San Roberto Abad, para abrir por su medio la Escuela del Cister, que lo ha sido, γ es de tantos, γ tan aventajados discípulos en todo género de religiosa perfección. Vos, Señor, lo escogisteis, γ Ιο llamasteis después de San Benito para propagar en el Occidente la ciencia de la vida monástica, y en él, como en piedra bien labrada, pusisteis el estable y sólido fundamento del gran edificio, que habíais destinado levantar en la Iglesia, para gloria de vuestro santísimo nombre, honra de la Religión, amparo de la Fe, salud, y perfección de las almas. Vos le enriquecisteis con todas las virtudes, y lo hicisteis digno instrumento de una de las mayores obras de vuestra sabiduría y bondad. Vos me lo distéis por ejemplar, maestro y protector, a fin de que yo me deje llevar tras Vos al olor de sus virtudes, hasta que consiga por su intercesión la ciencia de los Santos, y la gracia particular que deseo en esta Novena. [Intensión]. Así lo espero y así lo confío, porque sé, Señor, con vuestra Esposa la Santa Iglesia, que el compadeceros, y el perdonar es propio vuestro, y no dudo del alto valimiento que San Roberto Abad tiene para con vuestra Majestad, a quien sea el honor, y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona.
Alienta, Siervo bueno, y fiel; porque por el mérito de haber sido fiel en lo poco, yo te estableceré en lo mucho.
V. El Señor guió al justo por caminos rectos.
R. Y le mostró el Reino de Dios.
Oremos
Os rogamos, Señor, que la intercesión de San Roberto Abad nos favorezca; para que lo que no podemos por nuestros merecimientos, lo consigamos por su patrocinio. Por nuestro Señor Jesucristo, Hijo vuestro, que con Vos, y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

SEGUNDO DIA.
La caridad fraterna, Dios mío, es el segundo escalón de la virtud, del cual sabemos, a testimonio de vuestro amado Discípulo San Juan, que es luz del que ama a sus hermanos. Esta para el Císter  es la celestial armonía, que le pegó el abrasado espíritu de su Santo Fundador, para remedar en la Tierra la unión de amor, con que viven los ángeles, y las almas bienaventuradas en el Cielo. Por los merecimientos de San Roberto Abad os suplico, que arranquéis de mi corazón las aversiones, y los apegos particulares, que pudieran entibiar en mí la sagrada llama de esta divina concordia, sin la cual no pudiera lisonjearme en Vos de haber sido trasladado de las tinieblas a la luz, esto es, a la gracia de vuestra divina filiación. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amen.
ΤΕRCER DÍA
En el tercer escalón, Señor, hallo la paz del espíritu que el Mundo no puede dar a los que se arreglan a sus preceptos, y el más ajustado remedo de la celestial Jerusalén, que quiere decir visión de paz. Esta es la alta tranquilidad, y santo sosiego, que concedisteis al Císter a influjo de las fervorosas exhortaciones, y admirables ejemplos de su Santo Padre y Fundador San Roberto Abad: ruegoos que me concedáis un general desapego de todas las cosas de la Tierra, sin el cual no es fácil de acallar el tumulto de las concupiscencias; y que de tal manera humilléis el ímpetu de mis pasiones, que yo descanse en brazos de la más sosegada calma, y logre el fruto de la victoria de mi Señor Jesucristo. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amen.
CUARTO DÍA
Dios y Señor, en el cuarto escalón se deja ver la santa perseverancia, que es hija, o compañera del vigor de la disciplina, sin cuya gracia los propósitos más bien actuados del fervor no se conservan sin desmayo; porque en vano se desvela aquel, cuya casa no es amparada, y defendida por vuestra paterna misericordia. A vuestra Majestad acudo por los merecimientos del glorioso San Roberto Abad, y os suplico que así como por su medio os dignasteis animar la santa perseverancia del Císter, así me inspiréis un fervoroso tesón  de serviros, inflexible a todos los insultos de las tentaciones, y una constancia verdaderamente alentada en conservar las sólidas máximas del desengaño, en el cumplimiento de vuestra santísima voluntad. Así lo confío y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amen.
QUINTO DÍA
El quinto escalón es el amor a la obediencia, y ésta, Señor, que en vuestra consideración se prefiere a las víctimas, está ensalzada y consagrada con el ejemplo del que fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Ésta, que es el norte, y la guía segura de los que caminan a la perfección, fue para el Císter el camino real de la vida, abierto y batido de los fervorosos pasos del glorioso Abad San Roberto: ruegoos, Señor, que así como la Esclava nunca desvía los ojos de las manos de su Señora; así yo los tenga siempre atentos a cualesquier significaciones de vuestro divino beneplácito, de suerte que me deje llevar, no sólo con el afecto, sino con el entendimiento , de la regla certísima de vuestra divina voluntad, que es la voluntad manifestada de mis Superiores. Y  también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amén.
SEXTO DÍA
La Obediencia, Dios mío y el abandono total de las inclinaciones de la naturaleza no se puede conseguir sino subiendo el sexto escalón de la servidumbre de la carne, la cual, como inferior, y terrena, debe estar subordinada a la parte superior de la naturaleza racional, que es un destello de la divina. Este, Señor, era el incesante ejercicio del Císter, que, enseñado y estimulado de los ejemplos de San Roberto Abad, supo, y aun sabe enfrenar a este doméstico enemigo, para que no tumultuase contra la razón alumbrada de la Fe. Concededme , que yo, por la intercesión de mi poderoso Abogado, viva siempre cauteloso de sus ocultas maquinaciones, siempre armado con el espíritu de penitencia, siempre abrazado con la cruz, que es vida, salud, y redención de los que se acogen a ella. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amén.


SÉPTIMO DÍA
Dios mío: el séptimo escalón por donde subía el adelantado espíritu de San Roberto Abad, para llevar en pos de sí al Císter, fue el de la libertad de la lección espiritual,  porque aquella es verdadera libertad, que en los libros devotos busca nuevos estímulos para llegarse más, y estrecharse de cada día más apretadamente con Vos, que sois el soberano libertador de las almas cautivas de sus apetitos. Otorgadme, Señor, que yo, todos los instantes, que tuviere libres de las forzosas tareas de mi obligación, de tal suerte emplee el tiempo en los libros, que edifican el espíritu, que no me deje rendir a los vanos pretextos del amor propio, cese de buscar las luces, que tenéis vinculadas a tan provechosa ocupación, en la cual vuestra divina voz se deja oír de los que en la soledad del corazón están atentos a ella. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amén.
OCTAVO DÍA
El octavo escalón, soberano Dueño, y Señor, ya es descanso en brazos de la meditación de vuestras divinas excelencias. Esta es la sabrosísima delicia del retiro interior, tan ´predicada de los Santos; y esta la sagrada calma del espíritu, que concedisteis a San Roberto Abad, y por él a tantos, y tan fervorosos hijos suyos, siempre atentos a contemplar vuestras soberanas prerrogativas, y siempre saboreados en la bienaventurada comunicación con Vos, que sois el mejor amigo de las almas. Otorgadme, Señor que yo, olvidado del trato importuno, y casi siempre dañoso, de las criaturas, no aspire con San Pablo a la dulzura de vuestra conversación; ni aprenda sino en la escuela, llena de paz, y de perfecta tranquilidad, en que Vos sois maestro de los que se dedican a escuchar con San Pedro las palabras de vida eterna que tenéis. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amén.
NONO DÍA
Ya hemos llegado, Señor, y Dios mío, al noveno escalón de la devoción de la Salmodia, al cual podemos llamar segundo descanso de la vida monástica, dulcemente empleada en cantar vuestras divinas alabanzas. ¡Oh, con cuanto fervor, y con cuan abrasadas voces resonaba, y aun resuena el Císter! ¡Oh, con cuanta modestia, con cuanto respeto, con cuanta compunción, y profunda sumisión de espíritu alternaba, y aún alterna vuestra grandeza, aquel Coro de Ángeles, a imitación de su Padre, y Fundador San Roberto Abad! Concededme, Señor, que yo de tal suerte me dedique a la Oración vocal, que merezca ser oído en el trono de vuestra benignidad, y logre favorablemente despachado el memorial de mis súplicas. Así lo espero por los méritos, e intercesión de mi Santo Abogado. Y también os ruego, que me concedáis la gracia particular, que deseo conseguir en esta Novena, si ha de ser para gloria vuestra, γ provecho de mi alma. Amén.
FIN DE LA NOVENA



GOZOS EN ALABANZA DE SAN ROBERTO ABAD, PADRE E INSTITUIDOR DEL CÍSTER
Ya que en vuestra imitación luces atesora el Cielo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Benito en su General, sabio, ejercitado y diestro en Vos formó otro Maestro de la vida espiritual.
En Molesme la instrucción corrió al Magisterio el velo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Oración general de todos los días
En el místico saber docto el primer Monasterio, fue gracia del magisterio la que os condujo al Císter. Aquí en segunda lección segundado se vio el celo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día primero
Éste, atento al ejemplar de vuestras obras, bebía las luces, con que se hacia en costumbres regular. Tan sagrada emulación hija fue de vuestro anhelo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día segundo
Ardiendo en actividad vuestro espíritu abrasado, se vio un cielo remedado la fraterna Caridad. ¡Qué no puede la intención de un ardor que toma vuelo! Logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día tercero
Al estímulo eficaz de tan sabrosa enseñanza, reinó en todos la bonanza del espíritu de paz. Éstas, Padre excelso, son las copias, Vos el modelo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día cuarto
De este interés la ganancia (de vuestro aliento al fervor) hizo inflexible el vigor, e igual la perseverancia. Esta ciñe el galardón, y en él su eterno consuelo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día quinto
En busca de la eminencia abrió al Císter vuestra luz, por las huellas de la Cruz, otra senda en la obediencia. Tan segura dirección fruto es de vuestro desvelo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.

Día sexto
Para llegar a la cumbre,  que emprendía de este honor, la carne entró en el rigor de una justa servidumbre.  Sin hollar su obstinación, yerra quien no está en recelo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día séptimo
Hecha esclava su impiedad, a ejemplo de vuestro ardor, en la lección el amor entraba en más libertad. A esta llama el corazón siente desatar su hielo:  logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día octavo
Liquidado aquél, la virtud, herida de vuestro fuego, sólo en Dios halla sosiego, sólo en su trato quietud. A soplos de la oración arde humano Mongibelo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Día nono
Este ardor hecho vocal en la Salmodia, cumplía los preceptos que os oía de la vida monacal. Así crece en devoción este anticipado Cielo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.
Final
Ya que en vuestra imitación luces atesora el Cielo: logre, oh, gran Roberto, el suelo por Vos gracia, y protección.





jueves, 20 de junio de 2013

Adversus Testigos de Jehová: ¿Es Cristo Dios?

Buenos días,

Hace poco me topé con unos testigos de Jehová, hablamos de varias cosas y quedamos en hablar de la divinidad de Cristo. A continuación les presento un pequeño cuadro que preparé, me basé en una entrada de la página 4jehova.org, ahí se mencionaban las citas y yo las preparé escritas en un cuadro. Les di la tabla a las señoras que quedaron de verme y terminaron diciendo que ellos sí creían que Jesús era divino y que era Dios pero que era inferior en esa divinidad al Padre. En fin...

Las citas fueron tomadas de la Biblia de Jerusalén.

ATRIBUTO
DIOS
CRISTO
Lo sabe todo
(1 Jn 3,20) Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.
(Jn 16,30) Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.
Conoce los corazones
(1 R 8,39) sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres.

(Jr 17,9-10) El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras.
(Jn 2,24-25) Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre.
(Ap 2.18.23) Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies parecen de metal precioso. [...] Y a sus hijos, los voy a herir de muerte: así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y yo os daré a cada uno según vuestras obras.
Santifica
(Ex 31,13) Yo, Yahveh, soy el que os santifico.
(1 Co 1,30) De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención.
Es nuestra justicia
(Jr 23,6) «Yahveh, justicia nuestra.»
(1 Co 1,30) De él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención.
Inmutabilidad
(Ml 3,6) Que yo, Yahveh, no cambio, y vosotros, hijos de Jacob, no termináis nunca.
(Hb 13,8) Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre.
Nombre divino
(Is 42,8) Yo, Yahveh, ese es mi nombre, mi gloria a otro no cedo, ni mi prez a los ídolos.

(Ex 3,14) Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Así dirás a los israelitas: "Yo soy" me ha enviado a vosotros.»

(Jn 16,15) Todo lo que tiene el Padre es mío.

(Jn 8,24) Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados.»

(Jn 8,28) Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo.


(Jn 8,58)Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.»

(Jn 18,6) Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra.

Salvación en su Nombre
(Jl 3,5) Y sucederá que todo el que invoque el nombre de Yahveh será salvo,

(Hch 2,21) todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
(Hch 2,36) «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»
Poderoso
(Is 10,20-21) Aquel día no volverán ya el resto de Israel y los bien librados de la casa de Jacob a apoyarse en el que los hiere, sino que se apoyarán con firmeza en Yahveh. Un resto volverá, el resto de Jacob, al Dios poderoso.

(Is 9,5-6) Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre», «Príncipe de Paz». Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, Desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahveh Sebaot hará eso.
Alfa y Omega
(Ap 1,8) Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, «Aquel que es, que era y que va a venir», el Todopoderoso.
(Is 44,6) Así dice Yahveh el rey de Israel, y su redentor, Yahveh Sebaot: «Yo soy el primero y el último, fuera de mí, no hay ningún dios.
(Ap 22,13.16) Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin. [...] Yo, Jesús, he enviado a mi Angel para daros testimonio de lo referente a las Iglesias.
(Ap 1,17-18) Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. El puso su mano derecha sobre mí diciendo: «No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades.
Piedra de tropiezo
(Is 8, 13-14) A Yahveh Sebaot, a ése tened por santo, sea él vuestro temor y él vuestro temblor. Será un santuario y piedra de tropiezo y peña de escándalo para entrambas Casas de Israel; lazo y trampa para los moradores de Jerusalén.
(1 P, 7-8) Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados.
Juez
(Salmo 98,8-9) los ríos baten palmas, a una los montes gritan de alegría, ante el rostro de Yahveh, pues viene a juzgar a la tierra; él juzgará al orbe con justicia, y a los pueblos con equidad.
(Jr 17,10) Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras.
(Jn 5,21-22) Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo,
(Ap 2.18.23) Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies parecen de metal precioso. [...] Y a sus hijos, los voy a herir de muerte: así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y yo os daré a cada uno según vuestras obras.
Señorío
(Dt 10,17) Porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno;
(Ap 17,14) Estos harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los llamados y elegidos y fieles.»
Salvador
(Is 45, 21) No hay otro dios, fuera de mí. Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mí.
(Tt 3,4) Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres,
(Is 43,11) Yo, yo soy Yahveh, y fuera de mí no hay salvador.

(Tt 2,13) aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo;
(2 P 1,1) Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra.
Toda rodilla se doblará
(Is 45,22-24) Volveos a mí y seréis salvados confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro. Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y no será vana: Que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en Yahveh hay victoria y fuerza! A él se volverán abochornados todos los que se inflamaban contra él.
(Flp 2,9-11) Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.

DIVINIDAD
(Is 45,22) Volveos a mí y seréis salvados confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro.
(Jn 1,1.14) En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. [...] Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

(Tt 2,13) aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo;


(2 P 1,1) Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra.

(Rm 9, 3-5) Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne,- los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.

(Col 2,9) Porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente,

sábado, 18 de mayo de 2013

Juan, el discípulo amado y autor del cuarto Evangelio


Pregunta:
¿Es el Apóstol Juan el discípulo amado y autor del cuarto Evangelio?

Respuesta:

. La Iglesia, a la cual se le ha encomendado exclusivamente la tarea de interpretar la Palabra de Dios escrita y hablada, ha mantenido consistentemente su enseñanza en estos temas. [1]

Discusión:

Algunos eruditos de la Biblia dicen que Juan el Apóstol no es ni el discípulo amado ni el autor del cuarto Evangelio. También cuestionan incluso si podemos aceptar los Evangelios como narraciones históricamente genuinas, particularmente el Evangelio de Juan. Por ejemplo, algunos cuestionan si el autor del Evangelio estaba realmente en la cruz durante la crucifixión (Jn 19,35; 21,21-24), o si esto fue un embellecimiento literario tardío por el escritor del Evangelio o la comunidad cristiana.

El cuarto Evangelio: ¿Estamos tratando siquiera con historia?

En la encíclica Spiritus Paraclitus, un documento sobre los estudios bíblicos que conmemora el 1500 aniversario de la muerte de San Jerónimo, el Papa Benedicto XV se dirigió a aquellos que niegan la historicidad de los Evangelios:

Lo que Nuestro Señor Jesucristo dijo e hizo piensan que no ha llegado hasta nosotros íntegro y sin cambios, como escrito religiosamente para testigos de vista y oído, sino que—especialmente por lo que al cuarto Evangelio se refiere—en parte proviene de los evangelistas, que inventaron y añadieron muchas cosas por su cuenta, y en parte son referencias de los fieles de la generación posterior; y que, por lo tanto, se contienen en un mismo cauce aguas procedentes de dos fuentes distintas que por ningún indicio cierto se pueden distinguir entre sí.”[2]
En respuesta a estas críticas, el Papa Benedicto notó que tanto San Agustín como San Jerónimo afirmaban la fiabilidad histórica de los Evangelios.«A nadie le quepa duda de que han sucedido realmente las cosas que han sido escritas», escribió San Jerónimo [3]. Por su parte, el Papa cita Jn 19,35: “el que vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” [4]. El autor del Evangelio escribe esto inmediatamente después de su narración de la crucifixión de Cristo, una narración que hace notar que el discípulo a quien amaba estaba al pie de la cruz con María la Madre de Jesús (Jn 19,26).
El Evangelio de Juan en otro lugar provee detalles que indican una narración histórica de un testigo presencial, incluyendo que las tinajas fueron llenadas hasta arriba en las bodas de Caná (Jn 2,7); que los panes usados en la multiplicación cerca del Mar de Galilea estaban hechos de cebada (Jn 6,9); y que la fragancia del perfume que María usó para ungir los pies de Jesús lleno la casa con su olor (Jn 12,3).
En busca del discípulo amado

El autor de Juan provee detalles clave en el capítulo 21 para ayudarnos a reducir el número de candidatos para el discípulo amado. El autor escribe que él es el discípulo amado (Jn 21,20-24). En este pasaje también hace notar que Pedro no es el discípulo amado, y que el discípulo amado “durante la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”. (Jn 21,20; cf. 13, 23-25). Por esta narración, sabemos que el discípulo amado estaba en la Última Cena.

De los Evangelios de Marcos (14,17-26) y Mateo (26, 20-30), sabemos que sólo los 12 Apóstoles estaban con Jesús en la Última Cena. Incluso Lucas 22,14 dice que sólo “ los apóstoles” se reunieron con Jesús para la Última Cena, y no otros discípulos.

Con las posibilidades reducidas a los apóstoles, podemos eliminar inmediatamente no sólo a Pedro sino también a Judas. Podríamos también concluir razonablemente que el discípulo amado tendría una relación cualitativamente diferente con Jesús que muchos de los otros discípulos, por ejemplo, podríamos esperar una colaboración más cercana entre él y el Señor. Bajo este punto de vista, descubrimos que tres apóstoles (Pedro, Juan y su hermano Santiago) pasaban más tiempo con Cristo que los otros. Jesús escoge a este trío para acompañarlo a la sanación de la hija de Jairo (Mc 5,22-24; 35-43); al monte de la Transfiguración (Mc 9,2-10); y al Huerto de Getsemaní la noche del Jueves Santo (Mc 14,32-33). Además, en Jn 1,14, el autor del Evangelio hace notar que “hemos contemplado su gloria”, una referencia tal vez no sólo de haberlo visto resucitado, sino también de haber presenciado su gloriosa Transfiguración, algo que solamente Pedro, Santiago y Juan vieron.

¿Santiago o Juan?

Dado que Pedro es distinguido del discípulo amado, reducimos las posibilidades a los “hijos del trueno” (Mc 3,17), Santiago y Juan. Los eruditos de la Biblia sitúan el escrito de Juan en algún momento entre finales de la década de los 60 y la primera década el siglo II. Cualquier año en ese periodo de tiempo excluiría necesariamente a Santiago, a quien Herodes Agripa mandó matar (Hch 12,2) durante su reino a principios de la década de los 40.

Esto nos deja con Juan el Apóstol como la única opción plausible para ser el discípulo amado. La Biblia no indica a nadie más y la Iglesia primitiva solamente propone a Juan como el autor del Evangelio y, por lo tanto, el discípulo amado. Por ejemplo, en Contra los herejes, San Ireneo de Lyon escribe acerca de los autores de los Evangelios, notando que después de que Lucas escribió su Evangelio, “Juan, el discípulo del Señor que se había recostado sobre su pecho, redactó el Evangelio cuando residía en Éfeso.” [5]

Finalmente, en Mayo de 1907, la Pontificia Comisión Bíblica hizo una declaración sobre el asunto, afirmando que “prescindiendo del argumento teológico, por tan sólido argumento histórico se demuestra que debe reconocerse por autor del cuarto Evangelio a Juan Apóstol y no a otro, de suerte que, las razones de los críticos aducidas en contra, no debilitan en modo alguno esta tradición.”[6] Es importante notar que la Pontificia Comisión Bíblica tenía estatus Magisterial [7] en la época de la respuesta de 1907. Al afirmar que el discípulo amado es autor del cuarto Evangelio, el Papa Benedicto implícitamente apoya la afirmación de la Comisión Bíblica de que Juan es el autor del cuarto Evangelio y, por lo tanto, el discípulo amado.

Algunos eruditos de la Biblia siguen diciendo que el discípulo amado no puede ser Juan debido a la profecía de Za 13,7: “¡Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas...”. Después de la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos que esta profecía sería cumplida la misma noche del Jueves Santo: “Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Más después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (Mt 26,31-32)

Algunos eruditos argumentan que, si los apóstoles cayeron o abandonaron a Jesús para cumplir Za 13,7(Mt 26,56), ninguno de ellos podría haber estado ahí para quedarse al pie de la cruz de nuestro Señor. Sin embargo, que los discípulos se dispersaran no excluye que algunos de ellos hubieran regresado más tarde. Tiempo después, se describe a Pedro siguiendo a Cristo “de lejos” (Mc 14,54). Además, Jn 18,15 identifica otro discípulo cerca de Cristo después de la dispersión, uno “conocido del Sumo Sacerdote”, que “entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta”. Este otro discípulo era probablemente el Apóstol Juan. En su Historia Eclesiástica, el eminente historiador temprano de la Iglesia notó que Juan venía de una familia sacerdotal. Además, el autor del cuarto Evangelio demuestra un extenso conocimiento de la liturgia judía y de Jerusalén, la ciudad en la que la liturgia judía tomaba lugar [8]. Finalmente, el discípulo amado no sólo estaba al pie de la cruz sino que tenía que ser uno de los 12 apóstoles.

Conclusión

Cuando la misma Biblia o sus libros particulares y pasajes son puestos en duda, volteamos a ver a la Iglesia Católica que Jesucristo fundó. Él encomendó a la Iglesia la tarea de enseñar todo lo que Cristo había mandado. Estableció la Iglesia como pilar y fundamento de la verdad. Es a la autoridad de enseñanza de la Iglesia Católica, al Papa y los obispos en comunión con él, a quienes solamente se les ha dado la autoridad de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, ya sea de forma escrita en la Biblia o traída por medio de la Tradición. Al someternos a la Iglesia, demostramos fe en Cristo, que prometió estar con su Iglesia hasta el final de los tiempos.

La Iglesia claramente enseña que los evangelios son históricamente verdaderos y que el discípulo amado estaba al pie de la cruz en la crucifixión. No deberíamos sorprendernos de que tal discípulo amado estuviera con Cristo en sus momentos de mayor tribulación. Tal es la naturaleza del amor verdadero.

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[1] CEC, no. 85.
[2] Benedicto XV, Spiritus Paraclitus, no. 28.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] San Ireneo, Contra los herejes, Libro III, 1, 1
[6] Denziger. Respuestas de la Comisión Bíblica, de 29 de mayo de 1907
[7] Estatus Magisterial indica que el Papa ha designado oficialmente a la Pontificia Comisión Bíblica para ayudar a proclamar oficialmente las enseñanzas de la Iglesia. En 1971, sin embargo, el Papa Pablo VI puso a la Comisión bajo la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). La CDF mantiene este estatus Magisterial.
[8] Eusebio, Historia Eclesiástica, Libro III, 31, 3.

sábado, 11 de mayo de 2013

¿Porqué los católicos tienen 7 libros más en la Biblia?


Pregunta:

Las Biblias católicas tienen 7 libros más en el Antiguo Testamento (46) que las Biblias protestantes (39). Los católicos se refieren a estos siete libros como “deuterocanónicos” [1] (segundo canon), mientras que los protestantes se refieren a ellos como “apócrifos”, un término usado de manera peyorativa para describir libros no canónicos. Los protestantes también tienen versiones más cortas de Daniel y Ester. ¿Porqué hay diferencias?

Respuesta:

Las Biblias católicas contienen todos los libros que han sido tradicionalmente aceptados por los cristianos desde los tiempos de Jesús. Las Biblias protestantes contienen esos libros a excepción de los rechazados por los reformadores protestantes en el siglo XVI. La razón principal por la que los protestantes rechazaron estos libros fue porque no sustentaban las doctrinas protestantes, por ejemplo, el segundo libro de los Macabeos apoya las oraciones por los difuntos [2]. El término “canon” significa regla o precepto, y en este contexto se refiere a “cuales libros pertenecen a la Biblia, y cuales no”

El Antiguo Testamento católico sigue el canon alejandrino de la Septuaginta [3], el Antiguo Testamento que fue traducido al griego alrededor del año 250 A.C. Los reformadores protestantes siguen el canon palestino [4] de la Escritura (39 libros), que no fue reconocido oficialmente por los judíos hasta alrededor del año 100 de nuestra era.

Discusión:

Antes del tiempo de Jesús, los judíos no tenían definido un canon universal de la Escritura. Algunos grupos de judíos usaban solamente los 5 primeros libros del Antiguo Testamento (el Pentateuco); algunos usaban sólo el canon palestino (39 libros); algunos usaban el canon alejandrino (46 libros), y algunos, como la comunidad del Mar Muerto, usaban estos y más. Los canones palestino y alejandrino eran más normativos que otros, teniendo amplia aceptación entre los judíos ortodoxos, pero para los judíos no había un canon definido universalmente para excluir o incluir los “deuterocanónicos” hasta el año 100 D.C.

Los Apóstoles enviados por Jesús [5], sin embargo, usaban la Septuaginta (el Antiguo Testamento en griego que contenía el canon alejandrino) la mayoría del tiempo y debieron haber aceptado el canon alejandrino. Por ejemplo, 86% de las citas del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento vienen directamente de la Septuaginta, por no mencionar las numerosas referencias lingüísticas. Hch 7 provee una pieza de evidencia interesante que justifica el uso apostólico de la Septuaginta. En Hch 7,14 San Esteban dice que Jacob vino a José con 75 personas. La versión masorética hebrea de Gn 46,27 dice “70”, mientras que la Septuaginta dice “75”, el número que usó Esteban. Siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, Esteban claramente usó la Septuaginta. (También sabemos de otros documentos cristianos antiguos, como la Didajé [6] y la carta del Papa San Clemente a los Corintios, que los sucesores de los Apóstoles no solamente usaban la Septuaginta, sino que citaban de todos los libros en el canon Alejandrino como la Palabra de Dios).

No hay una “tabla de contenidos” divinamente inspirada para Biblia, por lo tanto, los cristianos necesitan una autoridad, como la Iglesia infalible establecida por Cristo, para discernir cuales libros son los divinamente inspirados (de hecho, incluso aunque hubiera tal “tabla de contenidos”, necesitaríamos una autoridad que nos dijera si la lista es inspirada). Incluso muchos protestantes evangélicos eruditos de la Biblia admiten esto:

Mientras que sabemos que en tiempos de Jesús había diferentes canones del Antiguo Testamento porque el proceso canónico no estaba todavía completo, la verdad gloriosa es que Dios ha invitado a los humanos a ser socios en reunir las Escrituras. Pienso que las implicaciones son que no puedes tener Escritura sin la comunidad de fe (en otras palabras, la Iglesia). No es simplemente una revelación privada. Dios nos da la Escritura, pero luego la Iglesia, bajo la guía de Dios, debe elegir lo que está dentro y lo que está fuera”[7]

¿Entonces porqué los judíos no aceptan el canon alejandrino? Ellos siguen a sus predecesores que, alrededor del año 100 D.C., decidieron que la Septuaginta, que seguía el canon alejandrino, tenía al menos dos problemas: Primero, estaba escrito en griego, que después de la destrucción de Jerusalén era “no judío” o incluso “antijudío” [8]. Segundo, los cristianos, siguiendo la guía de sus líderes apostólicos, usaban ampliamente la Septuaginta, especialmente en apologética para con los judíos; así, los judíos no cristianos querían negar el valor de algunos de sus libros, tales como el libro de la Sabiduría, que contiene una profunda profecía de la muerte de Cristo.

En palabras del protestante erudito en la Septuaginta Sir Lancelot Benton:
La veneración con la que los judíos habían tratado ésta [la Septuaginta] (como se muestra en el caso de Filón y Flavio Josefo), dio lugar a sentimientos encontrados cuando descubrieron cómo podía ser utilizada en su contra: por lo tanto condenaron la versión, y buscaron privarla de cualquier autoridad”[9].

¿Cuáles son los argumentos clásicos protestantes contra los libros deuterocanónicos? Su mayor objeción es que los deuterocanónicos contienen doctrinas y prácticas, tales como la doctrina del purgatorio y las oraciones por los difuntos, que son irreconciliables con la Escritura auténtica. Esta objeción, por supuesto, esquiva la cuestión. Si los deuterocanónicos son Escritura inspirada, entonces estas doctrinas y prácticas no se oponen a la Escritura sino que son parte de la Escritura. Otra objeción es que los libros deuterocanónicos no contienen nada profético. Esto se demuestra claramente falso comparando Sb 1,16-2,1 y 2,12-24 con la pasión de Cristo según Mateo, especialmente Mt 27,40-43.

Varios protestantes también argumentan que, debido a que ni Jesús ni sus Apóstoles citaron de los deuterocanónicos, deberían dejarse fuera de la Biblia. Esta afirmación ignora que ni Jesús ni sus apóstoles citan del Eclesiastés, Ester o el Cantar de los Cantares, ni los mencionan en el Nuevo Testamento; aun así los protestantes aceptan estos libros. Además, el Nuevo Testamento cita y se refiere a muchos libros no canónicos, como la poesía pagana citada por Pablo y las historias judías referidas por Judas, que ni los protestantes ni los católicos aceptan como Escritura. Claramente el ser citado en el Nuevo Testamento, o la falta de ello, no puede ser un indicador confiable de la canonicidad del Antiguo Testamento. (Esto también esquiva la cuestión de cuales libros pertenecen al Nuevo Testamento y cuales no).

Otros protestantes argumentan que los judíos de hoy no aceptan los deuteroncanónicos. Esta objeción es problemática por dos razones. La primera es el porqué los judíos rechazan esos libros (leer más arriba). Estos libros son rechazados por los judíos en base a su antagonismo con el cristianismo, algo que los protestantes no deberían apoyar. El segundo problema es: ¿Porqué deberían los cristianos aceptar la autoridad de no cristianos posterior al establecimiento de la Iglesia en lugar de la autoridad de los Apóstoles de la Iglesia que Cristo fundó? ¿Fundaría Dios una Iglesia y luego la dejaría caer en grave error acerca del canon del Antiguo Testamento? Esta es una posición insostenible para cualquier cristiano.

Otros apuntan al “rechazo” de San Jerónimo de los deuterocanónicos. Mientras que Jerónimo era originalmente receloso de los libros “extra” del Antiguo Testamento, que él sólo conocía en griego, aceptó plenamente el juicio de la Iglesia sobre el asunto, como se muestra en una carta escrita en el año 402:

¿Qué pecado he cometido si sigo el juicio de las iglesias?...No estaba relatando mi personal punto de vista [cuando escribí las objeciones de los judíos a la forma larga de Daniel en mi traducción], sino las observaciones que los judíos están acostumbrados a hacer contra nosotros. (Contra Rufino, 11:33).[10]

Recuerden que los protestantes rechazan la versión alejandrina de Daniel, que es más larga; San Jerónimo no lo hizo.

Algunos protestantes afirman que la Iglesia no definió con autoridad el canon de la Escritura hasta el Concilio de Trento y, dado que el Concilio fue una reacción a la Reforma, los deuterocanónicos pueden ser considerados una “adición” al canon cristiano original. Esto también es incorrecto. Los Concilios regionales la Iglesia antigua había enumerado los libros de la Biblia varias veces antes de la Reforma, siempre manteniendo el canon católico actual. Ejemplos incluyen el Concilio de Roma (382), el Concilio de Hipona (393), y el tercero y cuarto Concilio de Cartago (397,418). Todos ellos afirmaron el canon católico como lo conocemos hoy, mientras que ninguno afirmó el canon protestante.

Este mismo canon también tuvo el apoyo total de importantes Padres de la Iglesia como San Agustín. En el año 405, el Papa Inocencio enseñó también el canon en una carta a Exuperio, obispo de Toulouse, el mismo año que San Jerónimo completó la traducción Vulgata Latina bajo pedido de los Papas. Mil años más tarde, al buscar reunirse con los coptos, la Iglesia afirmó el mismo canon en el Concilio ecuménico [11] de Florencia en 1442. Cuando el canon se volvió un tema serio después de la Reforma Protestante en el siglo XVI, el Concilio de Trento definió dogmáticamente lo que la Iglesia había enseñado constantemente por más de 1,000 años.

R.C. Sproul, un prominente teólogo protestante, afirma que debemos aceptar la Biblia como una “colección falible de libros infalibles”, y muchos protestantes encuentran atractiva esta idea. Hay serios problemas con esta posición. El mayor problema es este: Mientras que afirma que los libros infalibles existen en algún lugar en el mundo, esta afirmación implica que no podemos tener garantía de que todos, o incluso alguno, de esos libros infalibles estén en las Biblias que usan los cristianos. Si la colección es falible, el contenido no es necesariamente el de los libros que son infalibles. ¿Cómo podemos saber, entonces, que el Evangelio de Juan, que todos los cristianos aceptan, es legítimamente parte de la Escritura, mientras que el llamado Evangelio de Tomás, que todos los cristianos rechazan no lo es? La afirmación de Sproul apunta a la necesidad de una autoridad fuera de la Biblia para poder tener una colección infalible de libros infalibles.Es contradictorio creer que en la infalibilidad de la Biblia y la confiablidad de su canon sin creer en la infalibilidad de la Iglesia.

Para responder a la pregunta “¿quién decidió qué libros van en la Biblia?” debemos reconocer la autoridad de la Iglesia que Cristo fundó, la Iglesia que ha discernido infaliblemente con la guía de Dios cuales libros pertenecían y cuales no. Esto significa reconocer que el Antiguo Testamento más largo es el correcto.

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[1] Los 7 libros deuterocanónicos son Tobías, Judith, Sabiduría, Sirácides (Eclesiástico), Baruc, y 1 y 2 de Macabeos.
[2] Por razones similares, Martín Lutero rechazó la canonicidad de la Carta de Santiago en el Nuevo Testamento. Sin embargo, sus colegas protestantes incluyeron a Santiago.
[3] La Septuginta se abrevia a menudo como “LXX.”
[4] El canon palestino es llamado a veces “masorético” porque los rabinos medievales eran llamados “masoretas”.
[5] Cf. Mt. 28,19-20; 1 Tim 3,15.
[6] La Didajé es un documento del primer siglo que contiene enseñanzas de los Apóstoles de Cristo.
[7] Dr. Peter Flint, un teólogo Protestante Evangélico que obtuvo su doctorado en la Universidad de Notre Dame, citado en Christianity Today, Octubre 6, 1997.
[8] Los eruditos saben ahora, basándose en evidencia de los rollos del Mar Muerto, que algunos libros deuterocanónicos existían previamente en hebreo. Los judíos del año 100 no sabían esto.
[9] Sir Lancelot C. L. Benton, Introduction to The Septuagint With Apocrypha, Hendrickson Publishers, 1997.
[10] Además, la versión Vulgata Latina de la Biblia, que San Jerónimo terminó alrededor del año 406, incluía los deuterocanónicos.
[11] El término ecuménico significa literalmente “universal”, queriendo decir que un concilio es ecuménico cuando el colegio de obispos de todo el mundo se tienen un encuentro en unión con el Papa.

viernes, 10 de mayo de 2013

El Magisterio Infalible de la Iglesia Católica


Pregunta:
¿Qué es el Magisterio? ¿Cómo deberían los fieles responder al Magisterio?¿Qué es el carisma de infalibilidad?¿Cómo es ese carisma ejercido por la Iglesia?

Respuesta:

El Magisterio es la función y autoridad de enseñar de la Iglesia que fue establecido por Jesucristo para “guardar el depósito” (1Tm 6,20). El Magisterio, al servicio de la Palabra de Dios, interpreta auténticamente la Palabra, ya sea en la Escritura o en la Tradición. El Magisterio es ejercido por el Papa y los obispos en comunión con él. Debido a que Cristo ha instituido el Magisterio para comunicar la verdad que salva, los fieles deben responder con docilidad y gozo las enseñanzas de la Iglesia por amor a Cristo.

La infalibilidad es un carisma a través del cual el Espíritu Santo protege al Magisterio de enseñar erróneamente en materia de fe y moral. La iglesia ejerce este carisma cuando enseña definitivamente, ya sea de manera solemne (por ejemplo, a través del Magisterio Solemne) o mediante el magisterio ordinario y universal.

Discusión:

Jesús envió el Espíritu Santo para guiar a su Iglesia a la verdad completa. El Espíritu Santo “enseña todo” a la Iglesia, recordándole todo lo que Cristo enseñó a los Apóstoles (cf. Jn 14,16). Es por esto que Jesús puede decir, con respecto a sus Apóstoles y a sus sucesores los obispos, “quien a vosotros acoge, a mí me acoge” (Mt 10,40). Elegidos por Cristo, ellos ejercen el Magisterio de la Iglesia. Cristo envía a sus Apóstoles y a sus sucesores como el Padre lo envió a Él con “todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).

Para proveer una fuente segura de enseñanza y para mantener la unidad de la Iglesia, Cristo estableció el papado como suprema autoridad en la Iglesia. El ministerio del Papa es el de sucesor de Pedro y está marcado por la autoridad de “las llaves del Reino de los Cielos” (Cf. Mt 16,18-19; Is 22,15-25). Como el Concilio Vaticano II nos recuerda, “el Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente” (Lumen Gentium 22). De esta manera, sólo en comunión con el Papa el colegio o cuerpo de obispos tiene plena y suprema autoridad sobre la Iglesia universal. (Íbid).

Jesús no dejó a su Pueblo vulnerable a los caprichos doctrinales de líderes competidores. Más bien, construyó la Iglesia sobre el sólido fundamento de los Apóstoles (Cf. Ef 2,19-20). Le dio a su Iglesia el Espíritu Santo, el Paráclito, para permitirle ser “columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15). A pesar de las corrientes culturales que han surgido a través de los siglos, los fieles siempre han tenido una “piedra” magisterial visible y fácilmente identificable en la cual pueden sostenerse. Como explica el Catecismo, citando del Vaticano II: "El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo"  (DV10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. (no. 85). Jesús declaró que las puertas del infierno no prevalecerían contra la Iglesia (Cf. Mt 16,18-19). Esta protección del mal incluye proteger al Magisterio de enseñar el error. Independientemente de quienes sean el Papa y los obispos en comunión con él en una época en particular en la historia de la Iglesia, los fieles tienen la Palabra de Cristo de que el Espíritu Santo guiará a su Magisterio para preservar y enseñar la verdad.

La fe que busca entendimiento

Algunos católicos no aceptan una enseñanza particular de la Iglesia a menos que demuestre, para su satisfacción, que esa enseñanza es verdadera. Algunos van demasiado lejos y se reservan el derecho de rechazar cualquier pronunciamiento magisterial con un juicio de conciencia. Al hacerlo, aplican erróneamente la enseñanza de la Iglesia sobre la conciencia, argumentando en esencia que todas las enseñanzas de la Iglesia están sometidas a su aprobación. La fe no es un mero acuerdo, sino la humilde sumisión a la autoridad de Dios. Así, el Catecismo dice: “La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado.” (No. 150)

Tal asentimiento presupone una obediencia alegre a Dios tal como se revela a sí mismo y a su verdad de salvación. “Obedecer (del latín ob-audire, escuchar) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma.” (CEC 144). Como Jesús dijo, “quien os escucha a vosotros, a mí me escucha; quien os rechaza a vosotros, a mí me rechaza” (Lc 10,16). Los católicos aceptan las enseñanzas de la Iglesia debido a la fe en Dios, quien ha investido al Magisterio, siervo de su Palabra, con su autoridad: “El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos».” (CEC 156)

Desafortunadamente, algunos buscan maestros “arrastrados por sus propias pasiones” y apartan sus oídos de la verdad (Cf. 2Tm 4,3). La fe, y no nuestras propias preferencias o gustos, es lo que nos lleva a la verdad. Debido a la fidelidad de Dios, debido a la certeza que viene de su luz divina, los católicos pueden gozosamente hacer eco de las palabras de John Henry Cardenal Newman cuando la tentación de no dar asentimiento es puesta delante de ellos: “Diez mil dificultades no hacen una sola duda”. “Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mí me escucha" (Lc 10,16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.”

Es mejor que lo creas

A pesar de las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y el asentimiento, algunos católicos creen que sólo tienen que aceptar las enseñanzas “ex cathedra” y otras “solemnemente definidas”, sosteniendo que sólo estas tienen garantía de infalibilidad por parte del Espíritu Santo. Como resultado, se engañan a sí mismos, minimizando la riqueza de las enseñanzas de la Iglesia. Más bien, la Iglesia tiene tres tipos básicos de enseñanza, los cuales requieren el asentimiento de los fieles.

El primero consiste en las enseñanzas “divinamente reveladas”, aquellas que Dios ha impartido a su Iglesia a través de la Escritura y la Tradición y que, por lo tanto, son parte del “depósito de la fe”. (CEC 84;2033). Estas enseñanzas requieren el asentimiento de fe basado en la autoridad de la Palabra de Dios. Uno es culpable de herejía si niega estas enseñanzas (Cf. CEC 2089).

La segunda categoría consiste en aquellas enseñanzas en las cuales la Iglesia se ha pronunciado definitivamente. Estas enseñanzas requieren un asentimiento de fe, pero esta basado en la fe en la asistencia que el Magisterio recibe del Espíritu Santo y en la doctrina relacionada sobre la infalibilidad, que el glosario del Catecismo define de esta manera: “el don del Espíritu santo por medio del cual los pastores de la iglesia, el Papa y los obispos en comunión con él, pueden proclamar definitivamente una doctrina de fe o moral para la creencia de los fieles”. Como enseña el Código de Derecho Canónico, “se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien rechaza dichas proposiciones que deben retenerse en modo definitivo.” (Canon 750 §2) [1]. Aunque no son parte del depósito de la fe, estas enseñanzas “son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe”(Canon 750 §2).

Las enseñanzas en estas primeras dos categorías requieren aceptación completa e irrevocable. Como explica el Catecismo, son enseñadas infaliblemente: “El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina ; se extiende también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas” (CEC 2035) .Así, estas dos categorías de enseñanzas, propuestas infaliblemente, son iguales en alcance al depósito de la revelación.

Hay una tercera categoría de enseñanza “que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en materia de fe y de costumbres” (CEC 892). Estas enseñanzas iluminan el entendimiento, ayudando a que la revelación de sus frutos. Aunque no son propuestas de manera definitiva, son presentadas como verdaderas o certeras. El Magisterio recibe asistencia divina al proponer estas enseñanzas, a las cuales “los fieles deben 'adherirse con espíritu de obediencia religiosa' que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación de él.”(CEC 892). Un ejemplo sería la enseñanza de la Iglesia acerca de que la pena de muerte no debería ser administrada a menos que “fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.” (CEC 2267).

Alta definición

Así, hay tres tipos de enseñanzas que requieren nuestro asentimiento, dos de los cuales son propuestos de manera infalible. ¿Cómo hace el Magisterio para proponer una enseñanza infaliblemente? Hay dos maneras: a través del Magisterio extraordinario y a través del Magisterio ordinario y universal.

El “Magisterio extraordinario” es llamado así porque hace pronunciamiento solemnes o formales en relativamente raras ocasiones. El Magisterio extraordinario se pronuncia infaliblemente a través de dos tipos de definiciones solemnes. El primer tipo de definición es por el Papa cuando habla “ex cathedra” (desde la silla de Pedro), esto es, “cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia”. [2] Ejemplos de esto son las definiciones dogmáticas sobre la Inmaculada Concepción de María (Papa Pío IX, 1854) y la Asunción de la Virgen al cielo (Papa Pío XII, 1950).

El segundo tipo de definición ocurre cuando el Papa y los obispos en comunión con él definen solemnemente una enseñanza en un concilio “general” o “ecuménico” (un concilio cuyas enseñanzas son obligatorias para toda la Iglesia). Ejemplos incluyen las definiciones solemnes hechas en el Concilio de Trento, incluyendo aquellas sobre la Misa, los sacramentos, la justificación y las indulgencias.

Algunos católicos tratan incorrectamente de limitar la infalibilidad solo a aquellas enseñanzas que son definidas solemnemente. Argumentan que “ninguna doctrina se considera definida infaliblemente si no consta así de modo manifiesto” (canon 749 §3). De hecho, este canon se refiere sólo a las definiciones solemnes del Magisterio extraordinario, no a las enseñanzas propuestas infaliblemente en general. Como el Catecismo, el Vaticano II y el Derecho Canónico afirman, cualquier enseñanza propuesta de manera infalible posee el carisma de infalibilidad, no simplemente las que están definidas solemnemente.

El Magisterio ordinario y universal es el medio normal o usual por medio del cual el Papa y los obispos en comunión con él proponen infaliblemente enseñanzas a toda la Iglesia. Es ejercido cuando el Papa y los obispos concuerdan en que una doctrina particular debe sostenerse definitivamente, y se lleva a cabo típicamente cuando los obispos están dispersos por todo el mundo en sus respectivas diócesis. El Magisterio ordinario y universal también enseña infaliblemente cuando, sin emitir una definición solemne, confirma o reafirma las enseñanzas de la Iglesia en un concilio ecuménico, por ejemplo, por medio de una constitución dogmática.
Si una enseñanza es enseñada por el Magisterio ordinario y universal, es definitiva y por lo tanto infalible. Sin embargo, a veces se desatan controversias sobre si una doctrina en particular es de hecho una enseñanza del Magisterio ordinario y universal. En tales ocasiones, el Papa puede confirmar o reafirmar definitivamente que una doctrina particular es, de hecho, enseñada de manera infalible por el Magisterio. En esos casos, el Papa no hace un pronunciamiento ex cathedra. Más bien, pronuncia de manera infalible y definitiva que una doctrina “ha sido constantemente mantenida y sostenida por la Tradición y transmitida por el Magisterio ordinario universal” [3]. El carácter definitivo de tales pronunciamientos papales está enraizado en la misma Tradición que ellos confirman. Así, la infalibilidad de estas reafirmaciones se basa en la infalibilidad de las enseñanzas previas que afirman. Como el Cardenal Tarcisio Bertone, cuando era secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha explicado: “un pronunciamiento papal de confirmación goza de la misma infalibilidad que la enseñanza del Magisterio ordinario universal” [4]. Estos pronunciamientos definitivos proveen una manera más concreta de saber que una doctrina ha sido propuesta infaliblemente.

El pronunciamiento definitivo del Papa Juan Pablo II acerca de que sólo los hombres pueden ser ordenados al sacerdocio ministerial es un ejemplo reciente de una confirmación papal infalible. Hizo este pronunciamiento en su carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis (Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres):

Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación.

Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.”(no. 4).

Ordinatio Sacerdotalis es un buen ejemplo de un pronunciamiento papal definitivo que confirma o reafirma una enseñanza del Magisterio papal ordinario y universal. El Papa afirma que la enseñanza sobre la ordenación sacerdotal es “conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia”. Así, él identifica definitivamente la enseñanza como magisterial. El Santo Padre después sostiene definitivamente que su pronunciamiento es una confirmación (“en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos”). Finalmente, afirmando que está actuando para remover toda duda sobre el tema, el Papa añade que “este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.

Otro ejemplo de cómo un Papa puede pronunciarse definitivamente sin una declaración ex cathedra es en el tema de la contracepción. En 1930, la Iglesia Anglicana rompió con la antigua Tradición cristiana y enseñó que la contracepción puede ser permitida en situaciones “difíciles”. En respuesta, el Papa Pío XI publicó su encíclica Casti Connubii (sobre el matrimonio cristiano). Hablando “en señal de su divina legación”, Pío XI reafirmó que esta enseñanza pertenecía a “la doctrina cristiana, enseñada desde el principio y transmitida en todo tiempo sin interrupción” proclamando de nuevo que “cualquier uso del matrimonio, en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen, se hacen culpables de un grave delito.” (no. 21). El pronunciamiento definitivo de Pío XI ilustra el hecho de que el tema de la contracepción estaba definitivamente establecido desde antes de que el Papa Pablo VI publicara su encíclica Humanae Vitae, que afirma la misma Tradición cristiana ininterrumpida. Otros recientes ejemplos incluyen los pronunciamientos definitivos de Juan Pablo II acerca del aborto, asesinato y eutanasia en su encíclica Evangelium Vitae (El Evangelio de la vida).

Cristo ha dado el Magisterio como un gran don a su Iglesia, con el fin de que los fieles puedan dar su asentimiento libre y agradecido a la verdad salvadora que Dios ha revelado a su Iglesia. El Magisterio posibilita a los fieles vivir la verdad de Dios en la manera abundantemente fructífera que el ha establecido. Cuando el Magisterio se pronuncia definitivamente en materia de fe y costumbres, el Espíritu Santo asegura que la Iglesia no enseñe erróneamente. La Iglesia se puede pronunciar de manera infalible a través del Magisterio extraordinario y del Magisterio ordinario y universal. Aquel que escucha y obedece a la Iglesia, escucha y obedece a su fundador, Jesucristo. Y, como prometió Jesús, «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.» (Jn 8,31-32)


1 El Papa Juan Pablo II modificó el Código de Derecho Canónico, añadiendo el canon 750 §2 por medio de su decreto Ad Tuendam Fidem.
2 Vatican I, Constitución dogmática sobre la Iglesia de Cristo, capítulo 4
3 Arzobispo Tarcisio Bertone, L’Osservatore Romano (Weekly English Edition), January 29, 1997, 6.
Ibid.