martes, 7 de mayo de 2013

El entendimiento católico de la inerrancia bíblica


Pregunta:

¿Qué enseña la Iglesia Católica sobre la inerrancia bíblica?

Respuesta:

Inerrancia” significa simplemente el estar libre de error. La Iglesia Católica siempre ha enseñado que la Sagrada Escritura es inerrante. Dado que todos los libros de la Biblia fueron compuestos por autores humanos que estaban “inspirados” por el Espíritu Santo (1Tm 3,16; 2P 1,19-21; 3,15-16), tiene realmente a Dios como su autor, y comunican sin error la verdad salvadora de Nuestro Padre Celestial.

Discusión:

Muchos cristianos se escandalizan hoy cuando escuchan que alguien dice que Jesús no multiplicó realmente los panes y los peces para las 5,000 personas en una montaña en Galilea. Algunos eruditos contemporáneos dicen que lo que este Evangelio cuenta en Jn 6,1-14 fue una simple historia hecha por la comunidad cristiana primitiva con el fin de expresar el mensaje de Cristo de la importancia de compartir y servir a aquellos que lo necesitan. Especulan que la narración de Jesús multiplicando milagrosamente los panes y los peces no fue de hecho un evento que ocurrió en la historia. Este tipo de interpretación de la Biblia lanza dudas sobre la fiabilidad de las Escrituras: ¿Es la Biblia una fuente confiable para conocer la verdad?¿O es simplemente una colección de escritos que contienen algunas verdades religiosas junto a un número de exageraciones, errores y fabricaciones?

¿Qué enseña la Iglesia Católica?

La Iglesia Católica enseña que la Sagrada Escritura es verdaderamente la Palabra de Dios. Por medio de la Biblia, Dios se revela a sí mismo, comunica su plan de salvación y nos llama a una relación con Él.

La Iglesia ha enseñado siempre que nos podemos aproximar a las Escrituras con una confianza sólida como roca porque están inspiradas por Dios mismo y, por lo tanto, no contienen error. Esta inerrancia es un gran don porque da a la Biblia una credibilidad en la cual podemos basar nuestras vidas. Dios inspiró las Escrituras con el fin de darnos una fuente completamente confiable sobre lo que debemos creer y cómo debemos actuar. Cuando es leída en la Tradición viva de la Iglesia y en las enseñanzas magisteriales, la Biblia es una guía segura para nuestras vidas.

La base para la enseñanza de la Iglesia sobre la inerrancia bíblica es la inspiración. Aquí debemos recordar que la Biblia es diferente a cualquier libro. Es único porque tiene un autor único: el mismo Dios. Como dice San Pablo, "toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena." (2Tm 3,16-17).

Inspiración significa literalmente “respirado por Dios”. Esta es la razón por la que la Iglesia enseña que las Escrituras tienen a Dios como autor. Dios trabajó por medio de escritores humanos que escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.” (Dei Verbum 11). Así, mientras que los escritores humanos hicieron uso pleno de sus propias habilidades y capacidades, estaban al mismo tiempo inspirados por el Espíritu Santo de manera que las palabras de la Escritura fueran escritas exactamente en la manera que Dios lo planeó. De hecho, las Escrituras contienen las palabras de Dios expresadas con palabras humanas (Íbid, 13).

Dado que las palabras de la Escritura son inspiradas por Dios mismo, la Iglesia siempre ha enseñado que cada parte de la Biblia está libre de error. De otra manera, un error en la Biblia tendría que ser atribuido a Dios, que es la Verdad Suprema y no puede engañar ni engañarse. El Papa León XIII en su encíclica Providentissimus Deus explicó: "Está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia”(No. 45,46) El Papa Pío XII reafirmó la inerrancia de la Biblia en su encíclica Divino Afflante Spiritu. Comparó la inerrancia de la Biblia con Cristo libre de pecado: “Porque así como el Verbo sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todas las cosas, excepto el pecado (Heb 4,15), así también las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron semejantes en todo al humano lenguaje, excepto el error.“ (no. 24)

El Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica de la misma manera afirman el hecho de que la inspiración divina de las Escrituras no deja espacio para ningún error en la Biblia: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.”(DV 11)

¿Está limitada la inerrancia a temas de fe y moral?

A pesar de estas afirmaciones explícitas sobre la inerrancia de la Biblia, algunos han enseñado que la inerrancia está restringida únicamente a “asuntos religiosos”, argumentando que la Biblia está libre de error cuando se trata de problemas de fe y moral. Sin embargo, cuando se trata de temas no religiosos de historia o detalles de fondo, estos críticos argumentan que Dios puede haber permitido existir errores humanos junto a las verdades religiosas.

Pero esta posición ha sido refutada repetidamente por la Iglesia porque limita necesariamente la inspiración divina de los textos sagrados. León XIII explicó que la inspiración y la inerrancia no se pueden limitar solamente a asuntos religiosos de la Biblia: “Lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error. Ni se debe tolerar el proceder de los que tratan de evadir estas dificultades concediendo que la divina inspiración se limita a las cosas de fe y costumbres y nada más” (Providentissimus Deus 45). La Biblia debe, por lo tanto, ser inerrante no sólo en las “verdades religiosas”, sino en todas sus afirmaciones.

El Papa Benedicto XV en su Spiritus Paraclitus (1920) también enfatizó la absoluta inmunidad de error de la Biblia. Después de condenar cualquier posición que restringiera los así llamados “elementos religiosos” de la Biblia, cita a San Jerónimo, el “Padre la la Ciencia Bíblica”, que escribió hacía más de 1500 años que “lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error.”(No. 20)

Evitando el Fundamentalismo: El Problema de la Interpretación literal

La Iglesia enseña que la Biblia es inerrante en todo lo que los escritores sagrados pretendieron afirmar. La Pontificia Comisión Bíblica en su documento La interpretación de la Biblia en la Iglesia hace la importante distinción entre el sentido literal de la Escritura y la interpretación literal (fundamentalista). El sentido literal es “aquel que ha sido expresado directamente por los autores inspirados”. Para abordar el sentido literal, uno debe interpretar el texto de acuerdo a las convenciones literales de la época, considerando la intención del autor, el género literario, y el contexto histórico. Una lectura fundamentalista ignora estas consideraciones.

Por ejemplo, cuando Cristo advierte que es mejor cortar tu mano si te es causa de pecado, está usando una metáfora literaria. Sin embargo, una lectura fundamentalista tomaría esta enseñanza de Cristo al pie de la letra y erróneamente alentaría a cortar porciones del cuerpo que fueran ocasión de pecado. De manera similar, cuando el Salmo 73 (72),20 habla de Dios despertando, esto no quiere decir que Yahvé duerme en la noche y se despierta en la mañana, sino que es un lenguaje figurativo que describe cómo Dios, después de permanecer aparentemente sin responder a una situación, empieza a tomar acción como un hombre al levantarse de su sueño.

En cuanto a las ciencias naturales, la Iglesia enseña que los escritores sagrados no intentaron enseñar física, astronomía o química. Por ejemplo, cuando las Escrituras describen al sol moviéndose alrededor de la tierra [cf. Salmo 19 (18),4-6; Qo 1,5), el escritor sagrado no estaba tratando de dar lecciones de astronomía. Una aproximación fundamentalista tendría que negar la información de la ciencia moderna que muestra que la tierra gira alrededor del sol.

Sin embargo, los escritores estaban intentando contar lo que sus sentidos captaban, y lo hicieron de manera precisa. Como explicó León XIII, “más que intentar en sentido propio la exploración de la naturaleza, describen y tratan a veces las mismas cosas, o en sentido figurado o según la manera de hablar en aquellos tiempos, que aún hoy vige para muchas cosas en la vida cotidiana hasta entre los hombres más cultos. Y como en la manera vulgar de expresarnos suele ante todo destacar lo que cae bajo los sentidos, de igual modo el escritor sagrado —y ya lo advirtió el Doctor Angélico—«se guía por lo que aparece sensiblemente», que es lo que el mismo Dios, al hablar a los hombres, quiso hacer a la manera humana para ser entendido por ellos.” ( Providentissimus Deus 42).

Comúnmente hablamos de esta manera. Cuando el hombre del pronóstico del tiempo dice que el sol saldrá mañana a las 6 a.m., no lo acusamos de una gran equivocación astronómica. Es certero en esta afirmación porque no está tratando de enseñarnos acerca del movimiento del sol, sino que nos dice de lo que aparece a nuestros sentidos usando un lenguaje figurativo común. De la misma forma, los textos bíblicos que describen el movimiento del sol alrededor de la tierra son inerrantes. Los escritores sagrados reportaron sin error lo que intentaban transmitir- no ciencias naturales, sino lo a parece realmente a los sentidos.

Estos principios pueden ser usados para demostrar la inerrancia de otros pasajes bíblicos que son usualmente acusados de ser erróneos a la luz de la ciencia moderna.

Tomándose en serio la Palabra de Dios

De manera similar, en lo que se refiere a temas de historia, debemos considerar la intención del escritor. Si el escritor está tratando de ofrecer una narrativa histórica, entonces la narración provee una presentación certera de lo que ocurrió verdaderamente en la historia. Pero es un caso diferente si el escritor está tratando de incorporar una alegoría o parábola.

Por ejemplo, Lc 10,29-37 nos narra a Jesús contándole a un legista la parábola del “buen samaritano”. Una interpretación fundamentalista podría sacar esta parábola de su contexto y concluir que Lucas está reportando un evento histórico que involucra un “buen samaritano” real que ayudó a alguien golpeado por salteadores. Sin embargo, cuando esta escena es leída en su contexto, uno reconoce que Lucas simplemente está contando una situación en la que Jesús dijo una parábola como parte de su ministerio de enseñanza. No necesitamos concluir que hubo en verdadero “buen samaritano”. De lo que podemos estar seguros, sin embargo, es que Jesús realmente dijo esta parábola que Lucas reporta.

Volvamos a la narración de la multiplicación de panes y peces (Jn 6,1-14). Como se mencionó anteriormente, algunos han malinterpretado este pasaje diciendo que Jesús realmente no multiplicó los panes y los peces. Más bien, aseguran que el verdadero milagro fue que Jesús fue capaz de conseguir que la gente compartiera con aquellos que no tenían comida. La comunidad cristiana primitiva inventó la parte sobre la multiplicación de los panes y peces con el fin de expresar el más profundo milagro del compartir.

Además del hecho de que no hay nada en el pasaje que soporte tal interpretación [1], esta aproximación a la Biblia simplemente falla en tomarse en serio la Palabra de Dios. Dado que este pasaje es una narrativa histórica, podemos tener la certeza de que narra de manera fidedigna un evento real en la vida de Jesús: su multiplicación de los panes y peces para alimentar a 5000. No es una leyenda que surge de la primitiva comunidad cristiana. No es una historia exagerada basada en verdades parciales. Ya que el escritor sagrado intentó narrar un evento de la vida de Cristo, la narración entera y todas sus partes deben ser inerrantes, comunicando fielmente todo lo que el autor quería afirmar dado que “todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo” (DV 11).

Aquí debemos remarcar que incluso los pequeños detalles de una narración histórica son inerrantes. En consecuencia, sabemos que Jesús multiplicó cinco panes de cebada y dos peces y que 12 canastos de pan sobraron, tal como la narración nos dice. Lo que puede parecer mera “información de fondo” es importante porque incluso estos detalles están inspirados por Dios y por eso son fiables. Además, si un escritor sagrado pudiera fallar en “pequeños detalles” acerca de la vida de Jesús, ¿cómo podría confiarse en él sobre cosas de mayor tamaño que son más difíciles de creer, como por ejemplo la Resurrección?

Además, debemos tener en mente que la precisión histórica de un testimonio era importante para los judíos (por ejemplo, el juicio de Susana en Dn 13 y las narraciones del juicio de Jesús en el que no podía ser condenado porque los testimonios no concordaban). Por consiguiente, podemos esperar estándares similares para los testimonios bíblicos de la vida de Cristo así como para las narraciones del Antiguo Testamento.

¿Contradicciones en la Biblia?

Algunos dirán que hay contradicciones en la misma Biblia y concluirán que la Biblia no puede ser 100% inerrante. Por ejemplo, en Mc 2,26 Jesús dice que Abiatar era el sumo sacerdote cuando David comió el pan de la presencia, pero en 1S 21,2 dice que Ajimélec era el sacerdote de esa época. A simple vista, esto parece una evidente contradicción. Sin embargo, cuando nos damos cuenta que Abiatar era hijo de Ajimélec (1S 23,6) y que el sumo sacerdocio era compartido por padre e hijo (cf. Lc 3,2; Jn 18,13), vemos que la afirmación de Jesús es precisa. Tanto Ajimélec como Abiatar era llamados con el título de sumo sacerdote como padre e hijo.

Hay docenas de otros pasajes difíciles en la Biblia que podrían a simple vista parecer erróneos o contradictorios (muchos de los cuales pueden fácilmente ser mostrados como conciliables y otros pocos son un poco más difíciles de entender). Pero debemos recordar que Dios puso dificultades en los textos sagrados con el fin de hacernos humildes, de tal forma que pudiéramos confiar más en la inspiración de Dios de las Escritura que en nuestra propia habilidad para estudiarla. El Papa Pío XII escribió:

Dios con todo intento sembró de dificultades los sagrados libros, que El mismo inspiró, para que no sólo nos excitáramos con más intensidad a resolverlos y escudriñarlos, sino también, experimentando saludablemente los límites de nuestro ingenio, nos ejercitáramos en la debida humildad.”(Divino Afflante Spiritu, 28).

Al final, la Iglesia nos llama a adoptar una actitud de reverencia hacia las Escrituras. San Agustín nunca acusaría a los escritores sagrados de la más mínima equivocación, incluso en los más pequeños detalles. Cuando se topó con dificultades en la Biblia-dificultades que incluso su gran intelecto no pudo resolver- no concluyó que hubiera error en la Biblia. Más bien, humildemente aceptó los textos difíciles como verdaderos porque era lo suficientemente modesto para reconocer sus propias limitaciones al encararse con la Palabra inspirada e inerrante de Dios. Escribió: «Yo confieso a vuestra caridad que he aprendido a dispensar a solos los libros de la Escritura que se llaman canónicos la reverencia y el honor de creer muy firmemente que ninguno de sus autores ha podido cometer un error al escribirlos. Y si yo encontrase en estas letras algo que me pareciese contrario a la verdad, no vacilaría en afirmar o que el manuscrito es defectuoso, o que el traductor no entendió exactamente el texto, o que no lo he entendido yo» (Epist. 82,1)

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[1 ] Esta interpretación falla al no tomar en cuenta la conclusión de la escena, cuando la gente estaba tan sorprendida del milagro de Jesús que querían tomarlo por la fuerza para hacerlo rey (cf. Jn 6,14-15). Alentar a la gente a ser generosos es difícilmente un acto que pudiera suscitar el deseo de hacerlo rey. ¡Pero algún tipo de alimentación milagrosa ciertamente lo haría!

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